Escena extra 4:

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Chicago, Illinois.

Unos años luego.

VICENZO:

La Escuela de Ballet de Chicago es una de las más famosas del mundo. Arlette solía venir a clases aquí cuando era una niña, a sus lecciones de ballet para demonios, y mamá era quién la acompañaba, por lo que me siento familiarizado con sus pasillos. La música clásica resuena por las paredes y cambia de melodía a medida que avanzo. Dos de mis hombres me acompañan, pero permanecen a una distancia prudente de mí ya que no me gusta que se inmiscuyan en mi tiempo de calidad con mis hijas. Primero encuentro el salón de Chiara, dónde las estudiantes tienen de siete a ocho años, y me apoyo en el umbral de la puerta para contemplar el final de su lección. Sus genes rusos la han hecho una niña con el cuerpo perfecto para ser una bailarina, como su madre, su abuela y su bisabuela, una leyenda del ballet de San Petersburgo, pero al igual que Arlette y que Sveta no tiene los pies para la danza por mucho que se esfuerce. Sus giros son torpes y siempre pierde el equilibrio estando de puntillas. Sus extremidades se mueven como si estuvieran siendo forzadas y necesitaran ser engrasadas. Me causa un profundo dolor evidenciar su frustración.

Su lugar no está aquí.

Cuando finalmente termina corre con las demás niñas hacia los casilleros para recoger sus cosas. Es la única en un leotardo verde manzana. Todas las demás usan rosa. Cubre su cuerpo con una chaqueta verde oscuro tres veces su tamaño y mete sus pies en botas de plástico antes de correr hacia mí y alcanzarme con su cabello oscuro recogido en un apretado moño. Sus mejillas están rosadas y su expresión es sumamente molesta. El ballet no es lo suyo, lo odia, pero Arlette pagó su año de instrucción aquí y la flexibilidad que le ha conferido a su cuerpo la ha ayudado con lo que realmente le importa: las artes marciales.

Chiara toma mi mano cuando me alcanza, su mirada gacha.

─¿Me viste, papi? ─pregunta sonando avergonzada ante la idea de que lo haya hecho, de que haya contemplado su fracaso, y niego porque no quiero hacerla sentir mal.

─No, acabo de llegar ─le aseguro sacando una barra de chocolate de mi bolsillo y dándosela a pesar de la mirada molesta de su instructora, cuyos días están contados si se acerca.

La última vez que me dijo algo sobre la dieta de mi rayo de luz, su perro murió.

Chiara entrecierra sus ojos hacia mí mientras caminamos por el pasillo, pero sonríe.

─No te creo ─dice con la boca llena de chocolate.

─No tienes que hacerlo ─replico deteniéndome y dándole su mochila a uno de mis chicos para tomarla en brazos e ir con ella así por lo que queda del camino hacia el salón de su hermana─. ¿Vamos por una hamburguesa después de que salgamos de aquí?

Su nariz se arruga.

Tiene seis. Es una niña dulce, tranquila y callada. A veces me vuelvo un paranoico como Arlette y comienzo a hacer planeas sobre las miles de maneras en las que la protegeré cuando crezca, pero luego la veo patear el trasero de sus hermanos durante los entrenamientos y mi miedo se desvanece. Puede tener un corazón dulce, muchas guerreras lo poseen, pero me aseguraré de que también tenga la instrucción y los propósitos de una. Eso nos conecta. Lucrezia... Caos es un asunto completamente diferente.

Es mucho más pequeña que sus hermanos. Pasó de parecer un conejo a una muñeca de porcelana que todos ven fijamente cuando entra en una habitación ya que no puede evitar llamar la atención con su largo cabello blanco y exuberantes ojos azules. A diferencia de Chiara, es una promesa del ballet a sus tres años. Efectúa movimientos que niñas de incluso la edad de su hermana no pueden y tiene su propio grupo de instructores privados. Una nutricionista. Un fisioterapeuta. Tanto yo como Arlette estuvimos sorprendidos cuando no hayamos nada presuntamente extraño en nuestra hija, como en sus hermanos, pero no tentamos a la suerte. De acuerdo con los especialistas Caos es la que más predisposición genética tiene a padecer los mismos trastornos que su abuela, así que la mantenemos tan alejada de los asuntos de la mafia como es posible. Ya que adora el ballet, no le molesta.

Si por ella fuera este sería su hogar.

Pertenece a los salones de bailes como yo pertenezco a la muerte.

Como cada vez que vengo por ella no puedo evitar verla como en una especie de estado de trance. Es pequeña y delicada, pero se concentra tanto en cumplir con lo que se le exige que termina haciéndolo aún mejor. Gira una y otra vez dentro de un leotardo rosa con un tutú de brillos. Hace todo lo que sus instructores le indican y ejecuta un par de saltos que no había visto antes. Cuando termina con la pierna elevada en el aire y hace suspirar a todos con la inclinación que le sigue, gira su rostro hacia mí y corre en mi dirección.

Caos claramente heredó el talento que no tuvo su madre, ni su abuela, ni su hermana.

Papi, ¿me viste? ─pregunta en italiano, sus ojos azules brillando con emoción mientras junta sus manos y me contempla─. ¿Crees que lo hice bien? ¿Se vio bonito?

Me recuerda tanto a su madre que siento una opresión en el pecho cada vez que la veo.

La recojo con mi brazo libre y cargo con mis dos princesas.

Claro que sí, Caos ─respondo tras enviar a uno de mis hombres por sus cosas─. Lo hiciste bien y se vio muy bonito. No puedo esperar para ver tu próximo recital. ─Miro a Chiara, quién permanece cabizbaja─. Tampoco puedo esperar por la competencia del lunes.

Valentino ganará.

Le sonrío a mi hija mayor.

Valentino ama la sangre. No la muerte. Es diferente.

Su agresividad puede ser su debilidad ─recita volviendo a mirarme.

Al igual que tu inseguridad ─le recuerdo.

Sus labios forman un puchero antes de que decida esconder el rostro en mi cuello, lo cual su hermana más pequeña imita con un bostezo cansado. Cuando llegamos a la Range Rover ambas están dormidas. Acuesto a Chiara en el asiento trasero y dejo que Lucrezia duerma sobre mi pecho, la pequeña mano de Caos envolviendo un trozo de mi camisa en su puño como lleva haciéndolo desde bebé. Sus labios sonríen ante lo que sea que esté soñando. Nos ponemos en marcha al cabo de unos segundos y a medio camino a casa recibo una llamada de uno de mis hombres, el cual me notifica sobre una especie de guerra entre pandillas. A pesar de que Caos es la más normal de sus hermanos, es sonámbula.

A veces dice cosas mientras duerme.

A veces escucha cosas.

Y, solo a veces, hace cosas que ni siquiera ella misma recuerda.

En ocasiones he ido a la maldita cocina por una merienda durante la madrugada y la he encontrado bailando o deambulando como un espectro por la mansión. Esta vez, sin embargo, no puedo evitar estremecerme luego de oír lo que dice, claramente habiendo escuchado mi conversación con Milad sobre el molesto y repetitivo conflicto por territorio.

Mátalos a todos, papi ─susurra, su ceño fruncido desvaneciéndose luego, siendo suplantado por una sonrisa risueña de gatito─. Quiero helado de chocolate blanco, papi, y Chiara quiere un perro.

Gruño.

No le daré a mi hija ningún maldito perro. Ya se burlan de mí lo suficiente por ir por ellas a clases cuando Arlette no puede, así que no me imagino lo que dirán si me ven escogiendo un pequeño animal para ellas.

*****

¿Ese? ─pregunto señalando hacia la jaula con el pequeño espécimen blanco escondido en el fondo, el cual parece odiarlas, pero no tengo corazón para decírselo a mis hijas.

Lucrezia y Chiara chillan a la vez, ignorando la rabia del cachorro de lobo.

¡Sí, papi! ¡Ese! 



Jajaja corto, pero dulce

Pronto les traeré sorpresas de Mafia Cavalli, así que estén atentas a mi Ig y twitter 


Vólkov © (Mafia Cavalli III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora