Capítulo 7:

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VICENZO:

Al salir de nuestra habitación, entro en mi camiseta y hago lo que llevo un par de meses sin hacer. Bajo al sótano, enciendo mi deportivo y me dirijo al prostíbulo que anteriormente pertenecía a mi padre, pero que ahora manejo a través de Don. De camino allí lo único en lo que puedo pensar es en el jodido Alik y en cuán duro quiero matarlo, casi tanto como quería matar a Marcelo. En cómo se burló de todos nosotros, incluyendo a Arlette, y en cómo ahora tanto él como mi maldita esposa pretenden que me quede callado mientras se encargan a través de un íntimo intercambio de mantener la paz. La diferencia entre esto y lo que sucedió con el capo italiano, dónde Arlette también usó su cuerpo para lograr lo que quería, es que en esta ocasión estoy seguro de que nada de lo que le diga, cuán fuerte la empuje diciéndole que se está dejando dominar por alguien ajeno a la familia, no servirá de nada.

Es su cuerpo.

Son sus decisiones.

Pero es mi esposa ahora, una líder de la mafia italiana, no una niña con el corazón roto buscando venganza. Aunque comprendería que terminara tomando el camino fácil, estaría decepcionado de ella como aliada por permitirse dejarse manipular por él. Por permitirle rompernos. Aunque he estado con algunas putas durante este año, no soy un santo, cualquier experiencia sexual es insípida en comparación a follar con alguien con quién te sientes conectado. Si Arlette me pidiera que lo dejara, si le molestara que estuviera con otras mujeres, lo haría, pero ella nunca haría una petición así. Nunca pronunciaría palabras que la hicieran verse débil, pero también está el hecho de que probablemente se sienta agradecida de que vaya con otras. No soy un amante gentil o considerado, pero no es como si pudiera serlo. Como si alguna maldita vez en mi vida lo hubiera sido. No sé lo que es hacer el amor y la idea de tan siquiera saberlo me causa náuseas. Todas las mujeres con las que he estado siempre me han permitido hacer con ellas lo que quiera.

Esa es la diferencia entre ellas y mi esposa.

Cuando estoy con Arlette, no es sexo. Es un juego de poder en el que uno de los dos cede momentáneamente, así que no puedo evitar que me guste más que estar con otras. En nuestra cama, me permite estar por encima de ella. Me permite cuidar de ella. Me da la falsa sensación de pensar que estoy al mando cuando lo cierto es que no es así. Es una droga de la cual podría hacerme adicto, cegándome, si no la rechazo, en lo que fracasé, o mido.

Porque a todos los hombres que ponen sus ojos en ella, les va mal, empezando por su propio padre, así que mi maldita esposa es claramente eso. Una maldición que se arrastra lenta y profundamente, en mi caso, por debajo de la piel. Eso es lo único que me consuela en este momento. El saber que si Arlette cede al ruso, sus sentimientos hacia ella terminarán consumiéndolo. Para el momento en el que entro al local, todo mi cuerpo está temblando con ira. Todo el mundo sabe quién soy ahora, si no lo sabían ya, por lo que se apartan mientras me dirijo a un par de prostitutas altas y rubias, puesto que las castañas tienen el pelo demasiado oscuro. Sintiendo algo parecido a odio hacia mí mismo, no por hacer esto, sino por hacerlo por los motivos equivocados, termino pasando la noche fuera de nuestra cama.

Porque la diferencia entre Arlette y yo, es que a mí sí me molesta.

Y ella lo sabe.

*****

A pesar que todavía estoy enojado, me dirijo al granero una vez llego a la mansión. Converso con mi madre, desayuno ahí y después de pasar un rato con ella, subo las escaleras y me cambio por una camisa y un par de pantalones negros. Aún después de lo que pasó, el reloj de Carlo continúa en mi muñeca. A pesar de que Arlette se despierta todos los días a las seis, me extraño al encontrar todos sus productos en el sitio en el que la servidumbre los deja cuando me echo vistazo al espejo mientras me afeito.

Vólkov © (Mafia Cavalli III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora