Capítulo 9:

32.2K 4.2K 1.7K
                                    

ARLETTE:

A la mañana siguiente no puedo evitar pasear por el jardín delantero de casa en la que me estoy quedando. De no ser por los árboles que me rodean, diría que es estéril. No tiene ni una sola flor en él, pero no puedo dejar de considerarlo hermoso de una manera fría y tétrica. Mis manos se encuentran escondidas en el interior de una chaqueta oscura mientras mis ojos analizan mi entorno para el momento en el que una limosina similar a la que me transporta por la ciudad se estaciona en la redoma de la entrada. Ya que no tengo ni idea de a dónde me llevará Rondion, no me arriesgué a usar un vestido. Llevo vaqueros, un suéter cuello de tortuga, botas hasta las rodillas de tacón grueso y guantes de cuero. Todo sobre mi cuerpo es negro, incluyendo los diamantes en los lóbulos de mis orejas, la semiautomática escondida en la cinturilla de mis pantalones y el mango de los dos cuchillos en el interior de mis botas. Sin importar cuánto me haya prometido ayudarme, no me arriesgaré a ir desarmada o incapacitada debido a una falda. El hecho de que haya dejado a Vicenzo patearme el trasero un par de veces para alimentar su frágil ego de bestia, no significa que soy precisamente una presa fácil.

Le hago una seña para indicar a mis guardaespaldas que no me sigan mientras me acerco al auto para recibir personalmente a mi visitante, puesto que no estoy conforme con la idea de que me vean esconderme tras ellos. Mi frente, sin embargo, se arruga con disgusto cuando visualizo al hombre que se baja de ella sosteniendo un maletín marrón. A pesar de que debe tener alrededor de los cuarenta años, se ve bien para su edad y su cabello castaño apenas tiene canas. Me recuerda a mi padre en ese aspecto. En eso y en lo insistente que es para obtener lo que quiere. Mi mandíbula se tensa cuando se detiene frente a mí, puesto que dejé de caminar hacia él cuando vi quién era.

─Abogado Clayton.

─Señorita Cavalli ─dice con una expresión igual de tensa que la mía, probablemente cansado de perseguirme durante estos cuatro años para que cumpla los términos del testamento de mi padre a pesar de que sabe que ni él ni nadie puede decirme qué hacer cuando tengo a las autoridades en mi bolsillo.

Le doy el mérito de eso.

─Señora ─respondo mientras me giro para empezar a caminar hacia el interior, él siguiéndome de cerca─. Estoy casada.

─No asumió el apellido de su esposo. Estoy seguro de que eso no fue lo único que no hizo tomando en cuenta la naturaleza de su matrimonio. ─No puedo quitarle la razón. A pesar de que no es convencional, sin embargo, es cómo debe ser─. ¿O me equivoco?

─No lo haces.

No puedo evitar sonreír ante el hecho de que a pesar de que tiene el doble de mi edad, no es capaz de tutearme. Una vez nos encontramos en el salón principal, me siento en uno de sus muebles con las piernas cruzadas y pido que nos traigan café. Después de hablar con la chica del servicio, me le quedo mirando fijamente al hombre que me ha estado acosando por todo este tiempo enviándome copias del testamento de mi padre a cada lugar en el que paso más de una hora y atreviéndose a seguirme a otro continente solo para continuar molestándome. El día promete ser entretenido, por lo que me mira con las cejas alzadas cuando saco una cantimplora de metal del interior de mi abrigo y vierto alcohol en mi expreso antes de llevarlo a mis labios.

─Ha pasado un tiempo desde nuestra última reunión.

Afirmo.

Clayton y mi padre se conocieron en la universidad. Trabajó para él como uno de sus principales abogados mercantiles hasta que decidió abrir su propio bufete en L.A y desligarse, casi exitosamente, de la mafia, puesto que Carlo Cavalli puso una cruz sobre su cabeza. Hacerme cumplir las condiciones de su testamento, o a Flavio, después de su muerte o permitir que las pruebas que lo asocian al crimen organizado terminen en las manos equivocadas. He intentado encontrarlas para dárselas y que deje de molestar, pero mi padre era bueno escondiendo cosas. Prueba de ello es que a estas alturas ni siquiera yo sepa dónde se encuentra la fortuna en diamantes de la que mi familia ha alardeado durante años. No tengo ni idea de si se la robaron o, como dijo Fósil, la escondió en un lugar dónde solo él sabía dónde se encontraban. Tampoco puedo matarlo. No es un don nadie y realmente no me ha dado motivos para hacerlo. Solo está atrapado en la trampa que mi padre le tendió y le es leal a la vez.

Vólkov © (Mafia Cavalli III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora