Capítulo 32:

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ARLETTE:

Mi padre tuvo una única exigencia en su testamento, en el cual no especificó la manera en la que sus posesiones serían repartidas tras su muerte. Ser enterrado con mi madre, lo cual habría sido un insulto tanto a su propia memoria como capo, por lo débil que eso lo habría hecho lucir al permanecer enamorado de la misma mujer tras tanto tiempo desde la fecha de su muerte, como a la de Beatrice y a mis hermanos y a mí ya que Sveta ha sido mi punto de quiebre desde que vine a este mundo. Si estuviera viva, la volvería a matar con mis propias manos y la enviaría al infierno con una bala en la frente sin escuchar ni una sola palabra que saliera de su boca.

Pero ese no es el caso, canturrea una voz lejana dentro de mi mente.

Afirmo, dándole la razón antes de tomar una píldora de mi bolsillo y tragarla.

Mientras Flavio y mis hombres se ocupan de guardar los miles de diamantes escondidos en su tumba, yo abro su urna de mármol blanco, escupo directamente sobre su cadáver descompuesto tras casi veinte años de su fallecimiento y me regocijo con el hecho de que no puede hacer nada por evitarlo porque, a fin de cuentas, mi lunática y cruel progenitora tenía razón.

No puede haber dos de nosotras en una misma época.

En consecuencia, ella está muerta.

Perdió la guerra.

No yo.

Y, tristemente, fue usada hasta en su muerte por el hombre que amó con todo su negro corazón y por el cual peleó hasta que no pudo hacerlo más. Mi padre escondió los diamantes aquí porque sabía que sería un lugar en el que nadie buscaría. Algunos ídolos son ídolos a través del amor y la veneración, pero otros son odiados y eso no le resta fascinación al mito que representa su existencia. Soy consciente del hecho de que tanto ella como yo somos de la segunda categoría, pero ella ni siquiera era amada por su propia familia.

Solo tenía a Carlo Cavalli y yo se lo quité al momento de nacer.

Siempre me dijo que nadie me entendería como ella, pero Sveta Vólkova nunca contó con el hecho de que nadie tampoco la entendería como yo.

─Cuando he confirmado el hecho de que tu esposo es el ser humano más perturbador que conozco, vienes tú y haces algo como esto ─gruñe Luc, deteniéndose junto a mí con un maletín repleto de diamantes en los brazos y su cabello castaño despeinado y apuntando en varias direcciones como cada vez que encuentra su trabajo estresante. Sonrío, una sonrisa desprovista de emociones, doy un paso atrás y tomo uno de ellos en mi poder, apreciando su tamaño, como la palma de mi mano, y la manera en la que brilla bajo el resplandor del sol que entra por uno de los pequeños vitrales. Este en particular debe valer al menos dos millones─. O pasas un caballo desquiciado por encima de nuestros hombres hasta convertirlos salsa bolognesa.

Mi sonrisa crece mientras lo devuelvo a su lugar.

─Si hubiera estado en mis cinco sentidos lo habría hecho mucho antes, Luca ─susurro, haciéndolo estremecer y quizás preguntarse si alguna vez podría hacer algo que me haga enojar a tal punto que acabe de manera similar.

No me cierro a la posibilidad, pero lo dudo.

Tanto Hether como él y todos los integrantes de mi círculo de confianza destilan lealtad. Me he asegurado de ello bajo diversos métodos, entre ellos la amabilidad, la intimidación, el poder y millones de dólares en varias presentaciones: efectivo, transacciones, bienes e inmuebles.

A menos que deseen su muerte, saben a quién pertenecen.

─Aún así ─susurra, su rostro pálido ante el recuerdo─. Pudiste haberlo hecho en horario adulto o avisar, ¿sabes? No tenía que ser mientras yo te cuidaba.

Vólkov © (Mafia Cavalli III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora