Pero tú lo vales.
Me desperté con un gran dolor de cabeza, sentía que mi cabeza iba a explotar en cualquier momento. Me senté en la cama con el cuerpo y las manos aún bajo las sábanas. Recorrí la habitación con la mirada y vi una figura acurrucada en el sofá junto a la cama, moví la cabeza para ver mejor de quién se trataba. Era Isaac. El chico por el que llevo años enamorada, pero que también es uno de mis mejores amigos.
Esto es lo que había pasado: La manada y yo fuimos ayer a una fiesta y nos pasamos un poco con la bebida. Así que Isaac me cuidó y se aseguró de que llegara bien a casa y a la cama. Pensé que se había ido después, pero aparentemente no.— Isaac.— Dije, sin recibir respuesta. — ¡Isaac!— Levanté un poco la voz pero seguía sin respuesta. — ¡Isaac! — Prácticamente grité para llamar su atención.
Se levantó del sofá de pie con una mirada confusa cuando sus perfectos ojos azules se encontraron con los míos.
— ¿Qué estás haciendo aquí?— Pregunté sin apartar los ojos de los suyos.
— Yo... estaba cuidándote. Ya sabes, por si necesitabas algo y para asegurarme de que estabas a salvo.— Respondió mientras sus ojos se dirigían al suelo y su mano se movía hacia arriba, tocando la parte posterior de su cabeza.
— Oh...pero estabas durmiendo.— Dije, sonriendo un poco divertida.
— No, sólo estaba descansando mis ojos...Sí, descansando mis ojos, eso es. Te estaba vigilando con los ojos cerrados, es una cosa de hombres lobo.— Respondió nervioso mientras trataba de convencerme de lo que estaba haciendo.
— Cierto. Nunca había escuchado eso, suena interesante, tal vez debería preguntarle más a Scott sobre las cosas sobrenaturales que pueden hacer.— Me burle de él.
— Está bien, me quedé dormido.— Murmuró y sus mejillas se pusieron rojas, se estaba sonrojando.
— Mi héroe.— Empecé a reír y poco después Isaac decidió unirse a mi.
— Gracias, por estar aquí. Es muy dulce de tu parte.— Una sonrisa se dibujó en su rostro cuando esas palabras salieron de mi boca.
— Si al menos no me hubiera quedado dormido.— Se quejó.
— Me alegro de que lo hayas hecho. No quiero que estropees tu sueño por mi culpa. Además estoy bien, no hay de qué preocuparse.— Dije mientras me subías las sábanas hasta el cuello.
— Sí, pero tú lo vales. — Prácticamente susurró pero le oí alto y claro.
Sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta de lo que acababa de decir. Los latidos de mi corazón empezaron a acelerarse y sabía que él podía oírlos.
Ver a Isaac me había hecho olvidar el dolor de cabeza que tenía pero el dolor se extendió por mi cabeza de repente. Cerré los ojos inmediatamente mientras mi mano se dirigía a mi cabeza.
Isaac se dio cuenta de que algo iba mal y con un rápido movimiento se acercó a mi y se sentó a mi lado en la cama.— Oye, ¿estás bien?— Preguntó preocupado mientras su mano tocaba mi mejilla y su pulgar me acariciaba suavemente.
— Sí, lo siento, sólo un fuerte dolor de cabeza.— Contesté con los ojos aún cerrados.
— ¿Tienes resaca? Ayer sí que bebiste.— Dijo con una sonrisa en la cara.
— Lo sé. Gracias por traerme a casa.— Le mostré una sonrisa dulce y genuina.
— Cuando quieras. — Él me devolvió la sonrisa.
Se levantó de la cama y salió de la habitación. Oí sus pasos bajando las escaleras y a los pocos segundos se apresuró a subir. Entró en la habitación con un vaso de agua en una mano y pastillas para mi dolor de cabeza en otra. Se acercó a mí y me dio el agua y las pastillas, me metí las pastillas en la boca y las tragué con el agua. Me quitó el vaso de la mano y lo dejó en la mesita de noche y se sentó a mi lado.
— Gracias.— Dije y lo atraje a un abrazo, él me devolvió el abrazo inmediatamente.
— Tomémoslo con calma hoy, ¿de acuerdo? Te haré un poco de sopa más tarde.— Susurró en mi cuello.
— Isaac, te agradezco todo lo que estás haciendo pero está bien si quieres irte. Ya has hecho mucho por mí.— Dije mientras me separaba del abrazo.
— Quiero cuidar de ti.— Colocó sus manos en mis mejillas e hizo que levantara un poco la cabeza y mirara sus ojos azules.
No sabía si Isaac sentía algo por mi pero en ese momento tenía muchas ganas de besarlo. Me incliné hacia él, él no se apartó así que junte mis labios contra los suyos. Él se congeló pero luego respondió cuando sus labios rozaron los míos. Sus manos bajaron hasta mi cintura y me atrajeron, me levantó y me colocó en su regazo mientras me abrazaba con fuerza y me besaba apasionadamente. Mis manos subieron hasta su cuello y tiraron suavemente de sus perfectos rizos.
Después de unos largos minutos rompí el beso.— Eh... ¿ha sido malo?— Preguntó nervioso.
— No, para nada.— Contesté sonrojada.
— Bien porque me moría por hacerlo.— Confesó mientras miraba hacia abajo.
— Yo también.— Contesté.
Él me miró con una enorme sonrisa de oreja a oreja. Me abrazó y me confesó su amor por mi y yo hice lo mismo.