CAPÍTULO XXXVI

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Caminábamos lenta y silenciosamente por los largos y lujosos pasillos del castillo, teniendo como principal destino los aposentos de Hudson.

La distancia que había entre nosotros era considerable, y por lo menos yo no tenía intención de acortarla. Por ello, la leve y esporádica mirada que me persiguió durante todo el trayecto, parecía quererme atravesar.

Intenté hacerme la desentendida, pero Hudson no es demasiado disimulado en lo que a este tipo de cosas concierne y se notaba a la legua que estaba ansioso por comenzar una conversación.

Sin embargo, yo no tenía ganas de hablar, ni con él, ni con nadie. Estaba sumergida en mis pensamientos.
Podría decirse que mi extraña charla con el noble Julián Reeder me había dejado un poco "tocada".
Aunque no era esa la única razón por la cual mi estado de ánimo estaba por los suelos.

Cuando llegamos a su cuarto e intenté retirarme tras un par de minutos de incomodidad, una ráfaga de viento ya muy conocida para mí, me empujó suavemente contra la pared, imposibilitándome la utilización de cualquier tipo de vía de escape.

– ¿Ocurre algo?– preguntó dulcemente cerca de mi oído, haciendo que se me erizase la piel en un segundo.

– ¿Qué?

– Has estado muy callada todo el camino. Yo solo quiero saber si... si estás bien.

– Estoy bien.– Contesté rápidamente. – Es solo que estoy... al-algo cansada.

– ¿Seguro?– Insistió, estaba más que claro que no se lo creía en lo absoluto.

– Sí. Buenas noches.

– ¡Espera!– Sujetó mi muñeca para que no pudiera llegar a la salida.
– ¿Quieres quedarte conmigo esta noche?

La pregunta me tomó por sorpresa, y no es que no quisiera dormir con él, simplemente soy de ese tipo de personas que de vez en cuando necesita un tiempo a solas para aclarar sus ideas y poder relajarse.

– Me encantaría, pero me toca turno de mañana. Entro a trabajar en unas horas y...

– Los miembros del servicio tienen prohibido subir a este piso a menos que les hayamos dado permiso con anterioridad. Nadie te verá salir de aquí.

Eso fué una mini puñalada para mi corazón, porque era él el que no quería que nos viesen juntos, no yo.

– No es por eso, simplemente necesito descansar.

– Puedes descansar aquí.– Insistió.

– Yo...– suspiré con cansancio, – está bien.

Me dedicó una leve y preciosa sonrisa y me di la vuelta para comenzar a desatar todos los lazos del corset, liberando mi cuerpo de una vez por todas hasta quedar solo en ropa interior.

Me puse un camisón corto de satén en color marfil, cortesía de Khalid, y una vez lista volví a girarme.

Hudson seguía de espaldas a mí, solamente con unos pantalones de pijama puestos, lo que hizo que mis mejillas se calentaran sin compasión.

Su fuerte y definido torso sin duda es todo un espectáculo, pero esas enormes cicatrices que empiezan casi en la nuca y terminan en la espalda baja se llevan la máxima atención.
Se vistió con una camiseta negra, impidiéndome seguir observando cada una de ellas y se tumbó en la cama a espera de que yo hiciera lo mismo.

Y no me demoré demasiado, porque aunque estamos en abril, las temperaturas en nuestro condado son demasiado bajas.

Para hacerse una idea, la temperatura máxima en verano no suele sobrepasar los veinte grados, e incluso ha habido días invernales en los que ni Mace ni yo pudimos dormir a causa del frío.
Pues es un poco difícil calentar una casa entera teniendo como única herramienta una chimenea de leña anticuada y estando a menos dieciséis grados fuera.

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