CAPÍTULO II

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La gran subasta. Magnus auction

Una compra-venta de seres humanos.

Los vampiros dicen que debemos aceptar nuestro destino con orgullo; un destino que ellos nos han impuesto. Se creen con el poder de obligarnos a venerar una «festividad» que cada año se cobra la vida de diez de nuestras doncellas. Mujeres que han sido restringidas, atemorizadas, doblegadas y finalmente vendidas. Como si fueran mercancía. Como si no valieran nada.

Pero este es un pensamiento que debo guardarme para mí misma. Porque quejarme de ello en voz alta también podría considerarse romper las reglas.

—¿Tú no estás nerviosa? —cuestioné, al borde de un ataque de nervios. Mace negó con la cabeza—. ¿Ni un poquitín?

—En lo absoluto. ¿Y tú?

—¡Sí! —bramé, y comencé a abanicarme con las manos—. ¡Muchísimo!

—No pierdas el tiempo alterándote. Todo saldrá bien, ya lo verás.

—Ahórrate eso de "mente abierta actitud positiva" porque ya sabes que conmigo no funciona.

—Solo tenemos que actuar como lo haríamos normalmente y esperar a que finalice la subasta. Cuando se lleven a las elegidas, volveremos aquí a recoger nuestro equipaje, nos escabulliremos hacia el lado sur de la cuidad y saltaremos el muro en una zona de poca visibilidad. Llevamos semanas planeando este momento, Katherine, es casi imposible que algo se tuerza.

—Ese «casi» me da mucha desconfianza.

—Deja el pesimismo a un lado y átame el corsé. —Ordenó con diversión. Maldije entre dientes, pero lo hice de todas maneras— ¡Kathy! ¡no digas palabrotas!

—¡Es que no quiero ir! ¡no quiero ver lo que van a hacerles a esas chicas!

—Ya lo sé, Kathy... Pero si no estamos allí para cuando comiencen a pasar lista, vendrán aquí, nos sacarán a rastras, nos detendrán y nos juzgarán por traición. Entonces nuestro plan se irá al garete y tendremos problemas mucho más feos que las alimañas. —Se sacudió, como si le hubiera dado un escalofrío—. Y mira que eso ya es difícil, así que date prisa.

—Está bien...

Giré la cabeza y vi una de las pocas cosas que aún quedaban en mi armario: Un osito negro de peluche que me regalaron mis padres en el último cumpleaños que pude compartir con ellos. Su cabeza estaba llena de motas de polvo que evidenciaban todo el tiempo que había estado allí guardado. Lo cogí y lo sacudí un poco antes de meterlo en mi bolsa y seguir seleccionando todo lo que, según yo, era demasiado valioso como para dejarlo aquí olvidado.

 Lo cogí y lo sacudí un poco antes de meterlo en mi bolsa y seguir seleccionando todo lo que, según yo, era demasiado valioso como para dejarlo aquí olvidado

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Después de hacer el equipaje y dejarlo junto a la puerta de entrada, corrimos hacia la plaza mayor, lugar en el que se celebran todos los eventos públicos. En el centro había, como mínimo, unas doscientas jóvenes vestidas de blanco.

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