CAPÍTULO XVIII

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– Ey, ey, ey. ¿Qué haces?
¿A dónde coño vas? ¿Hudson?
¡Hudson!

Erik consiguió alcanzar el hombro de su hermano, y lo sujetó con fuerza, haciendo que el paso de ambos vampiros se detuviera en seco.

Hudson se giró lentamente para mirar a Erik, sus ojos brillaban con un tono rojo más intenso de lo normal y esas características venas negras descendían por su rostro como ramificaciones.

– ¿Qué...?

– Suéltame.

– ¿Qué ocurre?

– ¡Suéltame!– El quinto príncipe se revolvió para librarse del agarre de su hermano mayor.

– No hasta que me digas que ocurre.

– Tengo que irme.– Vociferó inquieto.

– No entiendo que está pasando,
¿por qué...?

– ¿¡Es que no escuchas!? ¡Debo irme!
¡O la morderé!

El resto de la familia, Mace incluida, llegaron momentos más tarde, a Hudson se le veía mal, respiraba con dificultad y las venas no desaparecían.

– ¿Estás enfadado por lo que dijo de sus compañeras?– Preguntó su hermana Khalid, ya acostumbrada a este tipo de situaciones.

– No... Es su olor, huele demasiado fuerte, demasiado bien. Tengo que irme o no podré controlarme y la haré daño.

Erik le soltó al instante, porque sabiendo que para los vampiros es muy difícil controlarse, sobre todo cuando su alma está de por medio, no sería raro que la atacase y luego no pudiera arreglarlo.

Podría pasar, ya bien, que ella le odiara más de lo que ya lo hace, o que la pérdida de sangre fuese tan intensa que la pequeña humana no pudiera soportarlo.

Hudson, después de haber dejado atrás a sus hermanos, llegó al campo de entrenamiento para los centinelas del reino.
Obviamente, siendo él el líder del ejército, tenía acceso pleno a esa sección del castillo, la cual se encontraba en uno de los multitudinarios y enormes jardines reales.

Estaba furioso con todo el mundo, pero sobretodo consigo mismo, por el hecho de no poder controlarse ni cuando de Katherine se trataba.

Se quitó la camisa agobiado por el calor, y llamó a uno de los guerreros para que luchara contra él, necesitaba desahogarse y esa era el único método que lograba agotarle.

Pero lo que él no sabía, era que una pequeña humana le observaba desde su ventana con curiosidad.

Katherine quedó impresionada por las increíbles dotes del vampiro respecto a la lucha, pues en menos de un abrir y cerrar de ojos, ya había vencido y reducido al soldado, pero lo que más llamó su atención, fueron unas peculiares marcas en la espalda del vampiro.

Eran enormes cicatrices que comenzaban en la nuca y terminaban en la parte baja de la espalda.

Parecían cortes, pero, ¿cómo era posible? Los vampiros aunque sufran severas heridas y contusiones, jamás se quedarán con una cicatriz, su cuerpo sana demasiado rápido para eso.

Hudson notó la potente mirada de la humana tras de sí y se dió la vuelta.
Al principio sintió alegría, el rostro de su alma expresaba impresión, y pensó que quizás su entrenamiento la había sorprendido.
Pero al darse cuenta de que no le miraba a él, si no a sus cicatrices, todo ápice de felicidad se desvaneció, se apresuró a ponerse la camisa para ocultar las marcas, y de nuevo se esfumó a una velocidad vertiginosa.

Porque ahora Katherine había visto su punto débil, su horrible defecto, su mayor miedo y su peor recuerdo.

Maldijo mil veces cuando llegó a sus aposentos, y sin querer hizo estallar tres de las cuatro bombillas que iluminaban su habitación.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora