CAPÍTULO LIII

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Extraño tu mirada.

Extraño tu risa.

Extraño el sonido de tu voz.

Extraño tu pervertido sentido del humor.

Extraño tus caricias.

Extraño tus besos. Ya sean dulces, salvajes o coquetos.

Extraño tus medias sonrisas.

Extraño tu roce y tu tacto, en todos los sentidos de la palabra.

Te extraño tanto que, ¿quién diría que estamos sentados, el uno al lado del otro, en la misma habitación que alguna vez pudimos llamar "nuestro lugar seguro"?




– Tenemos que irnos–. Susurró la pelirroja nerviosamente.

– No sé que hacer...– murmuré yo esta vez–. No quiero dejarle aquí. Después de todo lo que nos ha contado esta noche yo...

– Entiendo como te sientes...– observó durante unos instantes el cuerpo inconsciente de aquel chico pelinegro de ojos cafés. La tristeza inundó sus facciones momentáneamente, pero pudo recobrar la compostura en un abrir y cerrar de ojos–. Pero no podemos llevarlo con nosotras.

– Lo sé...–suspiré–. Por muy raro que suene, estará más seguro en el poblado.

Además, no creo que quiera embarcarse en una misión suicida como la que llevaremos acabo en pocos minutos.

Me acerqué a Dalton y me arrodillé frente a la cama. Su respiración era acompasada, regular y tranquila. Sus mejillas seguían pintadas de un suave tono carmín y una leve sonrisa bobalicona adornaba su rostro dormido.

¿Por qué tiene que ser tan achuchable?

– Prométeme que no te casarás con ella–. Le pedí afligida, a pesar de que no pudiera oírme–. Prométeme que si alguna vez te unes con alguien, será por amor y no para tener a tus padres contentos. No dejes que te jodan la vida de esa manera.

– No lo hará–. aseguró una voz femenina tras de mí–. Porque como me entere de que ha contraído matrimonio con esa arpía, volveré al poblado, le daré el sermón de su vida y les patearé el culo a todos los miembros de su familia.

Sonreí.

– Ten paciencia–. Susurré en su oído–. Estoy segura de que tarde o temprano encontrarás a la persona indicada.
Es lo mínimo que te mereces.

Dejé un dulce beso en su mejilla a modo de despedida y salí de la habitación, procurando no mirar atrás.

Si me hubiera quedado más tiempo a su lado, habría acabado secuestrandole por ser tan jodidamente adorable.

– ¿Estás lista?– me preguntó la pelirroja, cargada con un par de bolsas llenas de cosas que habíamos cogido "prestadas" de la cocina de los Walker.

Miré la hora en el reloj de mi madre. Eran las cinco menos cinco de la mañana. Y ninguna de las dos había dormido nada.

– Estoy lista.

Salimos de la mansión discretamente, intentando actuar con naturalidad.
Nuestra vestimenta consistía en un vestido sencillo y una capa de abrigo hasta los tobillos, la cual nos ayudaba a no pasar frío y a mantener oculta nuestra identidad, en caso de encontranos a alguien durante nuestra travesía.

En el momento en el que nos adentramos en uno de los estrechos callejones, las campanas de la iglesia del poblado comenzaron a sonar, avisando de que a partir de ese momento ningún humano podría ser atacado.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora