CAPÍTULO LVII

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- ¿Ese no es tu apellido?- musitó Lisa, impresionada, y con un ápice de preocupación marcando su tono de voz.

No pude contestar a eso. Ni siquiera conseguí balbucear algún monosílabo. Estaba tan absorta en mis pensamientos y tan ensimismada admirando esos siete nombres, que la pelirroja tuvo que sacudirme un par de veces para devolverme a la realidad.

- No entiendo nada... No entiendo absolutamente nada-. Lisa me dió un abrazo reconfortante, me arrebató el diario de las manos y me convenció de que ya era hora de dejarlo, de que ya habíamos tenido suficientes emociones negativas el día de hoy.

Una vez conseguí despejarme, (y después de que Lisa se marchase al baño apurada a causa de no haber podido hacer sus necesidades desde que salimos de la casa de los Walker), me levanté del sofá, me acerqué a la puerta de entrada y observé el panorama exterior a través de un pequeño ventanal que esta tenía en la parte superior.

Estaba lloviendo. No tanto como la noche anterior, pero sí lo suficiente como para que sea probable que mañana por la mañana nos encontramos la tierra encharcada, cosa que nos dificultaría los planes de sembrar unas semillas de tomates y pimientos, que "cogimos prestadas" de la casa de Collete.

Muy aburrida de la situación, decidí explorar la casa y los alrededores. Era conveniente obligarme a aceptar que ese sería mi nuevo hogar de ahora en adelante.

Dos habitaciones diminutas, una cocina cochambrosa, un cuarto de baño deprorable, una despensa mohosa, un pozo exterior y una sala de estar con olor a humedad, fueron lo único que encontré.
Es probable que para una persona de clase alta que haya vivido toda su vida en una mansión llena de privilegios, una sola noche aquí le pueda suponer un auténtico suplicio. Sin embargo, en mi caso, como esta cabaña roñosa no es muy diferente a mi antigua casa... Creo que podré soportarlo, a pesar de haberme acostumbrado a las comodidades del castillo.

Alrededor de media hora después, Lisa y yo entramos en la cocina y nos sentamos en un par de taburetes. Estos estaban totalmente mordisqueados, roídos y arañados. Según mis aproximados diez años de experiencia en plagas de esta índole, diría que fueron causados por ratas. Aún así, decidí no hablar a Lisa del tema. Me ha contado que tiene una gran fobia a este tipo de animales, y no me apetece tener que soportarla gritando por toda la casa.

Para evitar cualquier tipo de posible enfrentamiento, decidimos repartirnos de forma equitativa las tareas del hogar. En principio, yo me encargaré siempre de cocinar y ella de lavar los platos. Lisa limpiará el polvo y yo fregaré los suelos. Cada una limpiará su habitación y juntas desinfectaremos el baño.

Dicho así parece fácil y sencillo.

Cuando llegó la hora de hacer la cena, Lisa no pudo disimular una mueca de disgusto ante la poca cantidad de comida que había sobre la mesa. Y no la culpo, lleva acostumbrada a los lujos del castillo McClaine más tiempo que yo.

Por eso le dediqué mi mejor sonrisa, tratando de transmitir seguridad, mientras ponía a hervir las dos zanahorias, el pequeño brócoli y la cajita de huevos de codorniz que robamos del frigorífico de Collete.

Los classis superioris serán muy adinerados, pero tienen el frigorífico tan vacío como sus corazones.

Cenamos entre risas, tratando de olvidar la razón por la que nos encontramos en este maldito lugar.
La pelirroja... no pelirroja, estaba muy angustiada por empezar a notar la presencia de raíces color castaño claro en su pelo cobrizo y no tener nada para remediarlo.

Me ha explicado que, aunque fué su madre quien la obligó a teñirse el pelo, (con la intención de que se pareciera físicamente a Cristal), ha desarrollado una especie de dependencia hacia el pelirrojo y ahora no es capaz de quitárselo.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora