CAPÍTULO LXXXI

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Gracias por la espera ;)


Tras despedirme y acompañar a Nadir hasta la salida, empecé a subir las escaleras de vuelta al séptimo piso. Aún era muy pronto; aproximadamente las siete de la mañana y lo único que me apetecía era volver a la cama con Hud, quien, a causa del cansancio, ni siquiera se inmutó cuando me liberé de su agarre y salí de la habitación.

Sin embargo, mis planes se vieron frustrados por unos gritos provenientes de la cocina. Rápidamente me dirigí hacia allí, siendo casi asfixiada por una nube de humo en el mismo momento en el que abrí unos centímetros la puerta.

—¡¿Se puede saber quién es la incompetente que ha dejado el maldito horno encendido?! —vociferó Lindsay, la gran ama de llaves, pero pésima madre.

Me acerqué lentamente hacia el círculo que habían formado las cocineras alrededor de dicho horno. No tardé en notar un olor a quemado casi nauseabundo y en ver sobre la encimera lo que en un principio fue un intento de bizcocho. Aunque ahora era difícil distinguir si se trataba de un postre fallido o de un gran trozo de carbón. 

Tragué grueso y me di una cachetada mental. Era entendible que anoche, estando tan cansada, se me hubiera podido pasar algún pequeñito detalle, como es dejar el horno encendido y todo lo que ello conlleva, ¡pero es que ni siquiera fui capaz de acordarme cuando me levanté esta mañana!

Mientras el castillo casi se incendia, Hudson en la cama y yo danzando por los pasillos como si nada.

—¡¿Es que nadie va a hablar?!— Los gritos de Lindsay me sacaron de mis pensamientos. Mis compañeras se encogieron ante su tono hostil, a lo que yo reaccioné frunciendo el ceño. No recordaba a esa mujer como alguien tan desagradable con el servicio. Y mucho menos con las chicas de su propio sector; sus aprendices.

—¿Qué... es eso? —pregunté señalando esa especie de masa negra con una fingida mueca de confusión, haciéndome la desentendida.

—Un ¿pastel...? —murmuró Rosie. Después de unos segundos de extraño silencio, sacudió la cabeza y juntó las manos como símbolo de disculpa—. Lindsay, te prometo que cuando anoche terminé mi turno no había nada en el horno. Me aseguré de dejarlo todo apagado...

—¡¿Y cómo ha ido a parar eso ahí?! ¡¿Te crees que soy estúpida?!

—A lo mejor han sido los nobles —dije, llamando la atención de todas las cocineras. Me encogí de hombros y suspiré—. Ya sabéis cómo son, parece que tienen dificultar nuestra vida como pasatiempo.

—Lisa, quédate a limpiarlo. —Ordenó, ignorándome completamente— El resto; vamos fuera, hay que empezar a preparar el comedor. A ver si esta vez sois capaces de hacer algo bien.

—Yo me quedaré a ayudarte... —Susurré mientras me agachaba junto a la pelirroja. Lindsay se giró repentinamente y me miró de mala manera, como si lo que acababa de decir fuese una especie de broma de mal gusto.

—¿Tú? ¿la princesita? —dijo, casi con desprecio. El cometario no me habría molestado de no ser por el tono despectivo que utilizó.

—¿Perdón? —Alcé la cabeza y le sostuve la mirada.

—¿No eres la protegida del príncipe? ¿su alma gemela? Si no me equivoco, eso te convierte directamente en una princesa, y normalmente para la gente de tu categoría no es agradable tener que compartir espacio con simples doncellas como nosotras. Además, —suspiró con desgana— usted no debería malgastar su tiempo aquí, y mucho menos limpiando, no vaya a ser que se le estropee ese caro vestido que lleva puesto.

Mientras ella me observaba impasible, algunas de mis compañeras jadearon con sorpresa. Desde que se confirmó el rumor de que soy la pareja de Hudson, ningún empleado se ha atrevido a hablarme de manera informal, así que es casi "impensable" que alguien se atreva a decirme algo así. Algo que al parecer también las sorprendió, es que en vez de reaccionar de manera explosiva, (como suelo hacer con este tipo de comentarios, lo admito), sonreí de medio lado y contesté relajadamente.

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