CAPÍTULO LXVII

31.8K 3.6K 1.5K
                                    

Para mi desgracia, la única prenda que cubría mi cuerpo semi desnudo, no era más que un fino camisón de satén incapaz de protegerme frente al viento gélido que se filtraba en el carruaje, a través de los agujeros de la madera corroída por todo tipo de insectos y alimañas.
Estaba descalza, tiritando; encogida sobre mí misma en la esquina más alejada de la puerta, en un inútil intento de entrar en calor.

Todo esto me recordaba al día en el que llegué al castillo, al día en el que comenzó todo: Recuerdo que iba en un transporte igual que este, solo que acompañada por gente como yo, personas que ahora trabajan en el castillo, o que están a tres metros bajo tierra por haber cometido una falta grave. ¿Qué habrá sido de ese gracioso pelirrojo lleno de pecas? ¿o de la mujer que me hizo saber, ya demasiado tarde, que Mace se había convertido en princesa?

Ese día, a pesar de ser consciente de las consecuencias que mis actos traían, no tuve miedo. Supongo que en el fondo tenía la esperanza de salirme con la mía; de lograr salvar a Mace y huir hacia esa idealizada cabaña, para vivir una vida tranquila y sin vampiros de por medio.
Hoy, no miento al decir que estoy verdaderamente aterrada. A primera vista puede parecer algo contradictorio, ¿por qué ahora, que sé que soy una cazadora que debería estar capacitada para defenderse, estoy más asustada que ese primer día, creyendo que era una simple humana?
La respuesta es sencilla: En ese entonces no tenía nada. No tenía amigos, no tenía padres y prácticamente no tenía casa. Hoy sí tengo algo que perder. Porque aunque no tengo padres, no tengo dinero y no tengo casa, sí tengo una familia. O al menos lo que yo considero una.

                                                                             Deduje que debían de haber pasado unas dos horas desde que iniciamos el viaje de vuelta al castillo. Y digo "deduje" porque el guardia amable, con notable pesar, tuvo que registrarme y despojarme de lo único que llevaba encima: el reloj de mi madre.Lo más probable es que en estos mismos instantes, los soldados que se quedaron en el poblado, estén desvalijando la casa de mis padres. Menuda sorpresa se llevarán, cuando en vez de toparse con muebles, fotografías o juegos de mesa, se encuentren con material sanitario, una daga de plata y dos liber prohibitorium

De repente, escuché unos fuertes bufidos procedentes de los caballos que nos transportaban, y segundos más tarde, el carruaje frenó en seco. Cerré los ojos angustiada, sabiendo que eso solo podía significar una cosa: habíamos llegado.

La puerta del vehículo se abrió violentamente, con fuerza, y por ella apareció el guardia tan desagradable que me había propinado el puñetazo un par de horas antes. Este avanzó hacia mí dando grandes zancadas y me observó de arriba a abajo con desdén. Sin perder más tiempo, tironeó de las cadenas atadas a mi cuello, manos y pies, y me arrastró fuera del carruaje como si fuera un objeto inservible y sin valor. Caí de rodillas, mas no me hice daño gracias al grueso manto de nieve que cubría las tierras. El soldado no esperó a que terminara de levantarme; me escoltó a empujones hasta el castillo, sin decir ni una palabra. Entonces atravesamos unas puertas que ya había visto antes: las puertas que utilizan aquellos a espera de ser juzgados por romper las reglas no tan importantes, el mismo lugar al que yo hubiera ido, de no haberle dado a Mace aquella cachetada. 

Caminamos unos cuantos metros más por los largos pasillos,hasta toparnos con un gran portón. Lo reconocí al instante, esos detalles labrados en oro y piedras preciosas siempre me serán inconfundibles: me habían traído al Atrium Peccatorum.

Otra vez.

– Eres buena escondiéndote Ford, pero no lo suficiente–. Se me heló la sangre al escuchar esa voz tan grave y rasposa, teñida con un evidente tono hostil.

Tragué grueso y alcé la cabeza: Maximus estaba sentado en el estrado, con una sonrisa sádica y gesto triunfante. Retrocedí asustada, miré al guardia y me aferré a su cuerpo de forma suplicante, manteniendo alguna esperanza de que fuera a ayudarme. Pero, tras dedicarle a Maximus un pequeño gesto, como diciendo: "misión cumplida", me empujó, se dio media vuelta y se marchó dando un sonoro portazo, dejándome ahí tirada, en el suelo.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora