CAPÍTULO LXIV

33.3K 3.7K 1.3K
                                    

– Genial...– murmuré entre dientes.
Miré mi mano con fastidio y lancé a saber dónde el oxidado manillar de la puerta de salón.

Privilegios de pobre, supongo.

Salí de la habitación con cara de pocos amigos; harta de la situación, harta de esperar. Se suponía que Hudson vendría a pasar la noche conmigo, a despedirse como mínimo, pero cada vez tenía menos esperanzas de que llegara a aparecer.

Rebusqué entre las alacenas de la cocina, abrí los grifos; comprobando por sexta vez consecutiva que no expulsaban más que un ruido extraño, me cambié de ropa, temiendo parecer una pobre moribunda y traté de hacerme un bonito recogido. Me asomé por la ventana, salí al exterior y esperé sentada sobre la acera, a pesar del frío que parecía congelarme hasta las entrañas.

Y ahí mismo, con la espalda apoyada en la puerta principal, fui cerrando los ojos. Estaba tan cansada que ni siquiera me digné a levantarme del pavimento.

Es lo que tiene pasarte días y días sin dormir como es debido.

No sé si minutos u horas después, abrí un ojo de forma perezosa al notar un ligero cosquilleo en mi mejilla: una caricia. Sonreí inconscientemente, pues no tardé en descubrir que se trataba de Hudson, quien no dudó en cargarme y entrar en casa conmigo en brazos.

Una vez me hubo dejado en el sofá con la mayor delicadeza posible, me dió un beso en la frente, la cual, a mi parecer, estaba incluso más fría que sus carnosos labios incoloros.

– ¿Qué hacías ahí fuera? ¿acaso quieres enfermarte?

– No tengo frío, tranquilo–. Respondí en un quejido perezoso.

– No sé si creerte.

– Te estaba esperando–. Me excusé.

– Lamento la tardanza. Los guardias nos persiguen adónde quiera que vayamos y...

– No te preocupes–, bostecé–, lo que importa es que estás aquí.

Le hice un hueco a mi lado y palmeé el asiento.

Si él era la causa por la que perder el sueño, no me importaba pasar más de una noche en vela.

Sonrió complacido, dejando a relucir sus dos sensuales colmillos, pero esa muestra de felicidad fue sustituida por una mueca de terror, cuando al tratar de sentarse en el sofá, este se hundió de tal manera que casi se lo traga entero.

No pude evitarlo; estallé en sonoras carcajadas cuando el pobre se sujetó a mi brazo, reflejando pura confusión y pidiendo ayuda con la mirada.

– ¿Qué clase de trampa es esta?– su pregunta me hizo reír todavía más, al punto de me empezó a doler la barriga–. ¿Qué es tan gracioso?

– Cariño, solo es un sofá de mala calidad–. Hudson ladeó la cabeza.

– ¿Qué?– cuestioné.

– ¿Desde cuándo me llamas "cariño"?

– Ah... bueno...– mis mejillas empezaron a arder–. No-no sé...

– ¿Estás bien?

– Sí... claro.

– Creo que realmente has enfermado, estás algo roja–. Dijo seriamente.

Y eso fue lo único que necesité para sonrojarme todavía más.

No sabía si reír o llorar.

Con un gesto de preocupación posó sus manos en mis mofletes, ahora calientes.

INVICTUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora