Capítulo 19.

307 33 4
                                    



—Suzanne—Escucho el susurro de Thimothée y no suena preocupado, pues ya sabemos que carece de dulzura, está más bien exasperado, como si no supiera que hacer conmigo—¿Puedes hablar y dejar de tragarte las mierdas?

Ciertamente mi marido quemó Francia y cerró Italia para conseguirme, pero eso no significó que después me empezó a tratar sutilmente y quisiera encontrar un ápice de sentimiento en sus ojos, pero no lo hay, o quizá y si y no lo demuestra, porque él es así, un mártir impenetrable.

Siempre admiraré eso de él, el como su mundo se puede estar cayendo pero en su rostro no encontrarás nada, siempre estará sereno, como si nada estuviera pasando. No sé si su cabeza es igual de calmada, pero no lo creo, tiene una tormenta interna con que lidia y lo hace excelente, no sé si será actuado o si nació así de vacío, no importa lo que sea pero lo quiero. Quiero ser así. No un libro abierto. No la chica dulce a la que violan unos envidiosos.

—No lo entiendes—Lo digo por lo bajo mientras miro el techo. Tiene ciertos huecos y de allí sale la luz led, no tenemos lámpara, solo esos pequeños bombillos que parecen lo más interesante para concentrarme y es que, es mejor parecer una desquiciada a centrarme en el dolor que tengo.

Un doctor que consiguió Crazy Vichy logró salvarme la pierna, pero está inmóvil y me negué a que me recetaran analgésicos, pues ya el peor dolor pasó, el del muslo no es nada a comparación. Me tuvieron que cocer todas las heridas y en mi intimidad solo me pusieron una pomada con una inyección, también me pasaron antibióticos por la vía y me sedaron para que mi cuerpo descansara por veinticuatro horas, no obstante, me desperté y seguía sintiéndome igual de muerta.

Sé que no debo echarme a la nada, que debo pararme y ser más fuerte que nunca, pero ahorita sencillamente no lo quiero, ahora sólo deseo acostarme fingiendo que no tengo ni una responsabilidad mientras detallo el techo.

—¿Qué se supone que no entiendo? ¿Tu dolor?—Se sienta en la cama y su mirada está quemándome, pero no me volteo, no quiero hacerlo—A mi también me secuestraron, de hecho, por un año la mafia asiática estuvo jugando con mi cuerpo como si no valiera una mierda. Quedé traumatizado y sentí que perdía mis extremidades, pero ya ves, eso no sucedió y aquí sigo.

—¿Qué fue lo peor que te hicieron?

—Me quemaron la espalda—Suelta—A fuego puro estuve expuesto y después me colgaron en el patio de la casa mientras soltaron a los perros guardianes que me olían como si fuera comida y estaba muy alto para que me alcanzaran, pero uno que otro si llegó y pedazos de mi piel se llevaron en su boca.

No sé si me sorprende más lo que le hicieron o que haya estado secuestrado. Bleu no fue más que el hijo de Gabriele por mucho tiempo, sería desde hace unos pocos años para acá que empezó a hacerse notar y lo primero que se supo es que tenía cierto poder en Tokyo, lo cual ahora se interconecta con su historia, pero siguen existiendo demasiadas lagunas. Es un enigma y lo es porque yo no he indagado, de haberlo hecho, quizá y tuviera información más privada que la que saqué del ECT.

Bleu tiene cierta forma de actuar, donde no le importa absolutamente nada y siempre había pensado que era su personalidad, pero recuerdo las palabras de los bastardos esos y el nombre empieza a latir.

—¿Quién es Aimée?—Suelto sin más, rápido y directo.

Me acomodo en la cama para quedar sentada mientras dolores me invaden, pero no lo demuestro y solo me quedo mirándolo con una ceja enarcada. Él ni siquiera parece molesto por la pregunta y sólo suspira. Odia hablar.

—¿De verdad llegaron al límite de hablarte de mi vida como adolescente y por eso andas de desconfiada conmigo?

—Me hablaron de lo que desconocía y me parece sumamente injusto que yo tuve que sufrir dos días torturas sobrehumanas tratando de lidiar con inclusive un aborto por ocultar algo que desconocía.

SIGILIO SCULLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora