Capítulo 8.

505 57 15
                                    



—¿Cómo te fue en Atenas?—Bebe de un sorbo de café mientras hace la pregunta.

—Estaba en Mykonos—Lo corrijo—Fue un viaje rápido donde me encargué de algunas... incoherencias en el negocio de mi familia.

—¿Incoherencias?—Ríe plácidamente como si hubiera dicho un chiste.

—Si, no sentía conexión con algunos trabajadores, pero nada que unas sanciones no arreglen. Ya sabes que te dije que mi padre estaba en negocios con electrodomésticos y una falla puede significar desastre—Soy la primera persona que se queja de las mentiras y la primera que las ejecuta.

Di que odias y en eso te convertirás.

Solemos llegar a ser lo que criticamos, así que piensa hasta tres lo que vas a decir porque serás un puto esclavo de tus palabras y te vas a arrastrar agonizando cuando te des cuenta de que lo que dijiste se manifestó y a la vez te destruyó.

Sé que una mentira, sea blanca o negra, no lleva a nada bueno. Porque cuando mientes una, lo haces otra y finalmente todo se interconecta hasta llegar a un punto cero en el que no puedes atraparlas porque se te fueron de las manos.

No obstante, hay veces donde no quedan dos opciones. Domenico Madonia es un italiano que conocí en un aeropuerto el día que acabé con media Rusia.

Es sencillo y se ve que lo peor que ha hecho ha sido matar a la abeja que se le metió en el cuarto en la madrugada y lo que sea a que se arrepintió.

Hay personas que son sencillamente buenas, que su aura te trae paz y no nervios.

Estoy sentada desayunando con él mientras charlamos pacíficamente y no es como con Thimothée que todo mi cuerpo me grita huye o follátelo.

Entiendo, ha de ser algo grande.

—Lo es, pero cuéntame de ti—Un mesonero saluda a Domenico con una sonrisa y le trae su postre que son tostadas con chocolate.

El restaurante de Domenico queda cerca de la costa, en una de las esquinas y parece que se va a caer por su posición, pero por dentro es cálido.

La decoración va con madera oscura y tonos rojos. Hay ventanas que tienen de vista el agua y una parte de Florencia. El atractivo parece ser la barra donde todos vienen a buscar bebidas frías por el calor de la ciudad y en las mesas pequeñas hay familias riendo y gritando, en las otras parejas. Todos los centro de mesa son una vela blanca que debe dar una buena imagen de noche y de fondo suena Beethoven con una banda en vivo.

La especialidad es la pasta a la carbonara y el tiramisu. Yo no probé ninguno porque estamos en horas de la mañana pero la gente viene específicamente a comer los platos que prepara Domenico, ya que, es el chef principal.

Título que se da el mismo porque nunca fue a la universidad.

—Nací en Roma pero mis padres se vinieron a Florencia por cuestiones económicas—Me hace una seña para ver si quiero de su postre y rechazo la oferta. Tanto dulce me da náuseas—Tengo un hermano mayor que yo, él tiene treinta y uno, yo veintiocho. Se llama Sixto y solo somos él, sus hijos, su esposa y yo, papá nunca existió y mi madre murió cuando yo tenía veinte.

—Oh, lo siento mucho—Y lo hago. Que yo haya tenido una familia de mierda no significa que todos deberían de tenerla.

El no tener buenas personas a las cuales seguir puede ser la creación inmediata de un hijo inseguro y descorazonado que solo va a buscar afuera las caricias efímeras que jamás le dieron o le darán en casa.

SIGILIO SCULLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora