Capítulo 5.

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—Suzanne Sculla Kaya—Veo como el francés se rasca el mentón y noto lo cuidado que está su rostro. Tiene poco vello facial que no debe pasar dos días y que está uniforme—. Se habían visto cosas peligrosas y sumas esos apellidos junto a entrenamiento militar. ¿Debería de estar temblando?

—Thimothée Bleu Daract—Le sigo el juego mientras me acerco a él con una seguridad totalmente nueva en mí—. Creador de extasy, estimulador sexual que crea adicción y ha acabado con el did por ciento de la población en tres años. ¿Debería de estar temblando?

Saca una caja de cigarrillos del bolsillo de su saco, lo prende, inhala el humo y chasquea sus dientes.

—Eres peligrosa, pero sin duda yo también puedo ser un hijo de puta que no le molesta el tema de los géneros y que no dudaría en descuartizar tu cuerpo y después dárselo de comida a mis perros. Dime ¿viniste en busca de una muerte, que se puede convertir en un suicidio, querida Suzanne?

Entiendo sus dudas porque su poder es único, aunque la verdad no sé a que vine, últimamente no sé ni lo que hago. Es como si solo actuara y no me detuviera a pensar porque sé que si me doy un mínimo momento de duda o retroceso, todo se irá para la mierda.

Quizás hoy no a todos les quedó claro y buscarán como joderme, pero les queda la prevención de que no soy cualquier niña a la que puedes humillar y que se dejará.

Sé que la mayoría son unos machistas sin censura, pero a mí me van a tener que aprender a respetar porque no mentí cuando dije que no tendré problemas en torturarlos. Yo sé abrirte la piel y dejarte agonizando de dolor, también mandar a matar a cada familiar tuyo hasta que cedas. Pero no podía lanzarme a eso de una, iba a ser inmaduro.

—¿Me das?—Soy buena interpretando miradas y estoy segura Thimothée me observa con lujuria desde que llegué. No con odio como todos los trofeos que saben llevan cuernos ni con envidia como los hombres acomplejados que estuvieron minutos antes en el restaurante que ahora está a solas porque le pedí a Eneo hace unos minutos que así fuera cuando me volteé a hablar con él. Mi seguridad me espera afuera.

Me abro paso entre el lugar que apesta a diferentes perfumes, ron, whiskey, tabaco y sudor. Cuando el hombre francés ve cual es mi lugar final, echa su silla hacia atrás y yo me siento, con las piernas colgando en la mesa y estoy segura el culo se me pone blanco porque habían varias líneas esparcidas, supongo que control de calidad.

Thimothée clava esos ojos que no combinan con su personalidad, pero que destilan seguridad y acerca el cigarro a mi boca. Inhalo y hago llegar el humo hasta mis pulmones. El alivio me recorre.

Cuando teníamos doce años Paul y yo éramos unos niños curiosos, él se fue de vacaciones y le sacó a su papá una caja de cigarros que metió a escondidas en el campamento y regresó antes de tiempo. El lugar estaba solo, recuerdo vagar por los pasillos todos los días y no entrenar mucho porque los profesores también se iban, entonces llegó el y nos fumamos en una noche la caja entera. Estuve mareada y me sentí relajada esas horas, olvidando todo lo que me hacía sentir sola.

»Eres el más joven entre ellos—Señalo mientras saco todo el humo que se siente más fuerte y recuerdo a quien tengo en frente.

—Tu primo me lleva un año, pero si—Thimothée no parece un hombre hablador, prefiere comunicarse por sus expresiones o por lo que he notado.

—Te voy a ser sincera—Restriego mi culo y me acerco al filo—,he tenido unos días cargados y desde que tengo memoria leo libros, en todos parece que la solución básica a la tensión es el sexo. Si logras distraer la tormenta que tengo en la cabeza, te lo sabría agradecer—Pongo un tacón en uno de los reposa brazos.

SIGILIO SCULLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora