Capítulo 25.

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—¿Es en serio?—Gruño al ver a las dos personas entrar a mi casa.

Lo que me faltaba.

—Hablaré contigo—La que ahora es rubia se sienta al lado de mí.

—Paso—Intento pararme para seguir por mi camino evitando esta inoportuna situación. Me llegan por detrás y siento un clip de cabello en mi yugular y se me es obligada a retroceder.

Una persona promedio, no puede asesinar a otra con un cuchillo porque se necesita una fuerza seca con la que no todo el mundo cuenta. Si, logran clavarlo, pero traspasar todas las pieles no es tan sencillo como lo dejan ver en las películas, no es algo que metes y ya.

Una persona experimentada en el ámbito de armas, si es promedio, no podrá mandarte al infierno con un adorno porque si le ejerces demasiada fuerza bruta, terminas doblándolo o que el daño en la persona sea reparable, pero Vichitoria Lébedev puede quitar tu vida, la mía y la de Italia entera con el maldito clip para después limpiarlo y volverlo a colocar sobre su cabeza. Ella es así.

—¿No puedes conmigo y por eso mandas a tu primita, cobarde de mierda?—Le grito a Thimothée y mostrando un desinterés total por mí, jala de su cigarro.

—A mí honestamente me tienes harto con tu negación, no llamé a nadie porque no me interesa atar a nadie que tiene complejo de princesa—Se sienta en la mesa y apaga el cigarro en esta.

«Asesina»

La palabra no para de hacer ruido en mi cabeza y sería capaz de sacármela ahorita mismo solo para evitar que se siga reproduciendo porque no puedo más. Salí de ese sótano con mil sentimientos encontrados y exploté al en frío darme cuenta de la atrocidad que hice.

Mandé a matar a un niño.

A un bebé.

Lo había hecho con los Babka y no me pesa por lo que sé, pero es diferente porque la misma sangre de Lion es la mía y él no tenía la culpa de nada, era un simple niño viviendo en Estados Unidos que contó con una mala familia porque inclusive su papá estaba fuera de esto.

¿En qué mierda me he convertido? No paro de repetir esa pregunta que no hace más nada a parte de aclararme que ya no existe Penelope Walsh, la increíble militar que parecía ser una potencia y estaba visualizada para acabar con las armas más potentes del mundo, sino que yo me convertí en ellas.

Mi juicio se fue tan a la mierda que fui capaz de zanjar una orden que acabaría con un niño que quizá sólo si se le explicaba, lo convencía porque era un nene y por lo tanto iluso e inocente, de tener idea que su tía lo iba a matar junto a su mamá, hubiera cedido. No obstante, yo solo le demostré que puta era porque llegué a joderle su tranquilidad en Mississippi para traerlo y tratarlo de la mierda, matándolo y dándole a su madre la peor imagen de su vida: su hijo muerto vilmente. No fue que una enfermedad se lo llevó o que la vida decidió que era muy bueno para seguir, yo simplemente tomé la decisión como si fuera algún tipo de Dios al que le tienen que orar, pues háganlo si existe una religión de malditos.

—Suzanne...—Crazy Vich fuma de su cigarro eléctrico con olor a vallas mientras intenta acercarse a mí y yo muevo la cabeza tratando de sacar el puto sonido de la cabeza.

No sucede.

La detonación de la pistola y la piel abriéndose es algo que se cala y me pone imposible encontrar la respiración. Jadeo y me llevo la mano al cuello en busca de abertura y no llega. Las vías respiratorias se me bloquean y toda mi vista parece ser nublada por un efecto que hace que todo se mueva en cámara lenta y son tres mesas las que están a mitad de la sala y no una.

SIGILIO SCULLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora