#Capitulo 1: Atracción

581 43 11
                                    


Ruhinder (1895).

Siempre me había gustado viajar, conocer lugares y personas con nuevos pensamientos pero este viaje, a diferencia de los demás, no era para nada de mi agrado.

Como todos los años debía de volver a mi país, esa era una de las tantas reglas que me había impuesto mi Padre y por más que no quisiera cumplirla no tenía alternativa.

Con una sonrisa, un tanto forzada, saludé al empleado que estaba encargado de llevarme a las tierras de la familia Lunsbork. Una familia conocida en ese pequeño pueblo por ser una de las más adineradas gracias a la cosecha de sus ricos frutos y exportaciones de maíz. Iría de visita por dos meses, al menos eso me había informado mi Padre minutos antes de emprender mi viaje. Por un momento pensé en reclamarle su repentino cambio de planes, ya que yo creía que iría de visita a sus tierras y me había preparado mentalmente para volver a verlo a él junto a mis hermanos, pero algo dentro de mí sentía alivio al saber que no tendría que verlos al menos este año.

Los nervios, de todas formas, aparecieron cuando el auto se puso en marcha hacia unas tierras que no conocía y aunque estaba acostumbrada a viajar sin saber que me encontraría, sentí una angustia al darme cuenta de que nuevamente tendría que fingir ante la familia del mejor amigo de mi Padre, los cuales ni siquiera conocía en persona.

En todo el camino no dejé de mirar por la ventana tratando de mentalizarme para lo que vendría.

Ruhinder era un pueblo lleno de mujeres y hombres que acostumbraban a hacer lo correcto y yo era todo lo contrario. Era uno de los motivos por los cuales había decidido, desde los dieciséis años, comenzar a viajar hacia otros países. Aunque al principio sentí mucho temor, el recuerdo de mi Madre me habían dado toda la valentía necesaria para emprender cada uno de esos viajes a un lugar desconocido.

A pesar de mi corta edad había conocido muchos sitios en los cuales había logrado sentirme en liberta sin la voz de mi Padre recordándome, y obligándome, a buscar un pretendiente para casarse. Sabía muy bien que cada año que volvía a casa tendría que soportar el sermón de mi progenitor, pero cada vez costaba más mantener mi boca cerrada y sabía muy bien que no aguantaría un año más escuchando las palabras, que para mí, no tenían ningún sentido.

Así que el lado positivo de este viaje era que no lo vería y podría estar un año más sin la presión de encontrar un Marido.

El chofer de los Lunsbork me había informado que solo quedaban quince minutos de viaje y eso me alivió un poco. Cinco horas sentada en un auto no eran para nada divertido.

Estaba iniciando la primavera y el sol estaba comenzando a salir esa mañana haciéndome apreciar mucho más el hermoso paisaje. En un momento el sendero dejó de ser de piedras para ser remplazada por tierra volviendo el camino mucho más ligero. A lo lejos se lograba ver una enorme casa de dos pisos hecha de madera y piedra, pero a pesar de su arquitectura un poco fría, había algo en ella que me hacían sentir que no sería tan terrible vivir dos meses allí como pensaba.

El auto comenzó a detenerse al mismo tiempo que un señor de traje negro con sombrero de la misma tonalidad salían a darme la bienvenida. El auto se detuvo por completo frente al Señor, el cual no había visto en mi vida pero podía distinguir que era el propietario de las tierras por como andaba vestido.

Preparando mi mejor sonrisa bajé del auto a saludar.

—Bienvenida Señorita Wennslath, es un placer tenerla en mis tierras.

—Muchas gracias por invitarme. Usted debe ser el Señor Lunsbork.

Aaron Lunsbork, un hombre alto de pelo corto y color negro con tintas blancas por la edad, piel trigueña y bigote extravagante. Mí Padre me había informado sobre su aspecto antes de venir pero hace años que ellos no se veían y muchas de sus características habían cambiado con el paso del tiempo.

Nuestro lugar favorito.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora