"Hay que aprender que para sanar una herida, tienes que dejar de tocarla"
Emilia Navarro es la presidenta del prestigioso corporativo 24/7. Hija de una relación extramarital, tiene que aprender a sobrevivir bajo el yugo familiar de quienes intentará...
Aquella fiesta no era diferente de muchas otras en las que había estado, el olor a licor, los bocadillos refinados en las mesas, el desfile de personajes elegantes con ropa de diseñador, sosteniendo sus martinis con altivez como si se tratara de un trofeo.
Realmente odiaba ese tipo de eventos pero estaba acostumbrada a ese entorno. Además, tendía a verle el lado bueno a las cosas como parte de un buen o mal vicio. Y justo en ese lugar veía la oportunidad perfecta de encontrar a alguien con quien pasar aquella fría noche; un cuerpo distinto, un sabor desconocido que olvidaría con el tiempo, un desayuno que sólo dejaría en la mesa y en un instante un adiós.
Miró a su amigo que cotilleaba e intercambiaba números con algunos de los invitados en un afán por destacar. Él era el motivo por el cual estaba en aquella fiesta de periodistas. Sabía que era el lugar ideal para hacer contactos y conocer gente de quien podría sacar provecho en un futuro. Esa idea había terminado por convencerla de asistir a esa aburrida reunión. Paradójicamente no tenía ánimos de hablar con gente pretenciosa sobre cosas ordinarias y sin sentido que olvidaría después. Para ella el tiempo era un valioso tesoro que se guardaba dentro de una botella.
Estuvo a punto de dar el paso definitivo para marcharse cuando sus ojos la encontraron. Aquella rubia había entrado en la fiesta como un becerro de oro, rodeada por aquella multitud de paganos mendigando un poco de su gracia. No era para menos, la conocía, no personalmente, pero había escuchado hablar sobre ella en algunas reuniones de élite. Era nada más y nada menos que la hija de Guillermo Navarro, el aclamado y difunto empresario, co-fundador del periódico 24/7, uno de los más importantes del país.
Era mucho más hermosa en persona que impresa en una hoja gris. Sus cabellos rubios, ondulados hasta los hombros, sus intensos ojos claros, esa sonrisa completa que iba de hoyuelo a hoyuelo enmarcando su delineado rostro. Aquel vestido azul con la espalda descubierta; dejando entre ver el ligero tatuaje de una delicada flor color rosa.
No dejó de sonreír mientras saludaba a los invitados que le rodeaban con esmero, como si se tratara de una pintura en el Museo del Louvre. Sus labios se movían lentamente, con palabras breves, usando quizá las necesarias sólo para calmar a los presentes.
No podía dejar de mirarla, había algo en ella que no era tan luminoso como aquella sonrisa. Emilia Navarro se convirtió en una pequeña obsesión en tan sólo un instante. Dejar de mirarla era imposible, intentar leerla inevitable.
La observó dar una ligera vuelta y fue testigo de cómo su sonrisa se desvaneció de golpe. No estaba equivocada. Emilia tomó una copa de champagne y logró escabullirse de sus invitados como toda una escapista profesional. Quedarse ahí, esperando a que la codiciada periodista la notara era una estupidez. Fue detrás de ella, arrastrada por una curiosidad que incluso ella misma encontraba extraña. Llamarle destino era tan pretencioso como no hacerlo.
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Miró a través del cristal de su copa el panorama de aquella enorme y caótica ciudad. Desde ahí podía verse el corporativo que le había heredado su padre al terminar su carrera de periodismo. El descomunal edificio se observaba mucho más cerca de lo que debía gracias al efecto de lupa que hacía su copa. Esa estúpida fiesta había sido una mala idea, no tenía ánimos de ver a nadie ni en ese instante ni nunca. Solamente había alguien a quien era capaz de recibir con gusto, pero estaba segura de que no iría.
Se inclinó ligeramente sobre el barandal de aquel amplio balcón decorado con tenues luces que daban la ilusión de un cuento de hadas. Dejó su copa. Una caída desde esa altura sería mortal, una muerte rápida y sin explicaciones. Su cuerpo en las planas de todos los periódicos. La más grande de las ironías. Sus hermanos con una sonrisa de oreja a oreja mientras le dan sepultura. Sus ojos se postraron justo en el automóvil negro en el que impactaría. Sería una muerte contundente. Una finitud alífera.
—¿No estará pensando en saltar o sí?
La mirada de Emilia se dirigió hacia la chica que estaba a su costado, usaba un elegante traje negro y zapatos cerrados, un aspecto bastante varonil de no haber sido por su melena azabache rizada que llegaba un poco más arriba de su cintura. Sus ojos verdes estaban fijos en ella, aún y en esa penumbra, su rostro pálido y su sonrisa perfecta que destacaba en aquella atmósfera.
—¿Realmente cree que haría algo así en un lugar tan concurrido como este?
—Por supuesto —contestó, llevándose la copa a los labios, dando un sorbo para después colocarse junto a Emilia—. Después de haber visto esa sombría expresión, y la forma sigilosa en la que entró a este lugar imaginé que ese sería su propósito.
Emilia rio despreocupada. Se llevó el último sorbo de champagne a los labios y dejó su copa sobre la barandilla:
—Debo parecerle una desquiciada.
Había ganado espacio poco a poco. Acercándose solo para comprobar que la belleza de aquella mujer era genuina:
—Ahora mismo me parece fascinante.
Emilia pudo sentir aquella repentina cercanía, la miró con detenimiento descubriendo la cicatriz que había en su rostro. Una delgada línea diagonal que cruzaba desde su ceja hasta su pómulo. Se dio cuenta de pronto de que no podía ver otra cosa y al descubrir esos ojos verdes sobre ella no pudo evitar sentirse avergonzada.
—Debo irme, yo...
—Usted es la anfitriona de esta fiesta, después de todo.
Emilia asintió. Se despidió levantando la palma de la mano y salió del balcón sin decir nada más.
Danielle se quedó contemplando la espalda de la rubia hasta que se perdió de vista. Su móvil comenzó a sonar, era Grecia. Estaba de vuelta en la ciudad y había prometido ir por ella al aeropuerto. Ni siquiera se despidió de Gael, su amigo, que se encontraba bastante entretenido con un sujeto y no quería causar molestias. Salió sigilosa de aquella fiesta, sintiendo que sus oportunidades con la periodista habían terminado. Todo apuntaba a una noche común, con un cuerpo familiar y un sabor conocido.