EPISODIO 4, ESCENA 7: En la que la senadora y el hacker toman un café.

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La cerradura emite un pitido y los sistemas de seguridad se desactivan. Aparto la tarjeta electrónica del lector y la guardo en el bolso, luego cierro el engarce de plata de la solapa que empieza a girar lentamente. El dial comienza su cuenta atrás. La ofrenda era justo lo que necesitaba, como siempre.

¿Quién me iba a decir que él iba a vivir en este antiguo centro de telecomunicaciones de radio? Un lugar como este podría considerarse obsoleto frente a los nuevos medios de comunicación. El muchacho tiene sentido del humor. La verdad, si no fuera por mi informante, nunca lo hubiera deducido.

¿Hubiera sido demasiado pedir que se hospedara en el bajo abandonado que hay en la superficie? No, al parecer, tenía que guarecerse en el subterráneo, más allá de esta puerta herrumbrosa que hay al pie de la torre de radio. Mal día para elegir traje de lino.

Bajo con calma. El aire está viciado, huele a polvo y electricidad estática y las barandillas de la escalera es mejor no tocarlas ni con un palo. «Bonita gruta se ha agenciado el chico. No importa, he tenido que estar en sitios peores. Ir a charlar con un hikikomori de la generación Z no puede ser peor que hacer labores diplomáticas en un gulag», pienso.

Al llegar abajo, me topo con varios ramales. Me decanto por aquel que está customizado con tiras led y mosaicos hechos a base de fragmentos de carteles de neón. Conforman la frase «To the devil's den». Muy creativo. Al final de ese corredor, oigo una música compuesta a base de pulsos de sintetizador y ruidos industriales. La música anega todo el espacio circundante, aunque los ventiladores y el crepitar de las CPU casi rivalizan con la sintonía. Cuento cinco, doce..., veinticinco. Sí, veinticinco pantallas. Algunas están apagadas, otras retransmiten imágenes procedentes de cámaras de seguridad de diversas zonas de la ciudad; otras muestran datos compilándose o interminables cascadas de código. Puedo observar que hay instalados tres escáneres y dos impresoras de alta calidad ideales para falsificar documentos, así como una enorme impresora 3D. En un rincón, aisladas por placas de metacrilato, se han dispuesto varias unidades de computación a modo de servidor. La estancia está rodeada de andamios a varias alturas donde se ha instalado el resto de la maquinaria casera.

Bueno, aquí estamos. Me sitúo en el centro de la sala, tomo la silla de ruedas más cercana y sacudo el polvo y los restos de patatas fritas con mi pañuelo. Me siento en ella con tranquilidad.

—Ya puedes salir de las sombras, querido. Y no necesitarás el arma que acabas de imprimir. —Solo me ha hecho falta dar un vistazo a la impresora 3D para ver que acaba de ser usada.

Una voz procedente del andamio más alto resuena en la penumbra.

—¡Calla, vieja! ¿Cómo has entrado? ¡El software de la cerradura electrónica está cifrado y el sistema de seguridad no se puede piratear con tanta facilidad!

—Piensa, querido muchacho. —Empujo la silla hacia el foco de luz más cercano—. Mírame bien, me conoces. —Se hace el silencio. Le oigo perjurar por lo bajo.

—¡Esa mierda de bolso tuyo! ¡Te ha "cocinado" una llave de acceso!

—Bingo. Tengo entendido que eres muy sagaz, Xavier Ferrer, un joven genio. —La silueta del muchacho se hace visible.

—Llámame X-Forcer —interrumpe abruptamente.

—¿Tu nick en redes?

—Mi nombre para todo lo que importa —dice con voz agria.

—Comprendo. X-Forcer, pues. En cuanto a una servidora, deja que me presente formalmente, mi nombre es...

—Miss Turmoil —dice él.

—Ese es un curioso apodo que mis adversarios políticos me han concedido.

—Tu nombre para todo lo que importa. —Ahora la mueca es de diversión.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora