«Behenchod», maldigo, «alguien me ha tendido una trampa». Echo un vistazo a la celda acolchada en la que estoy y, en un arranque de frustración, le doy una patada a la puerta de oro envejecido. En Refugio hasta las mazmorras tienen su encanto.
Oigo la voz de Farshaw.
—Quieto principito, no armes escándalo. A mí me gusta tan poco esta situación como a ti.
—Lo dudo —respondo—. Tú sabes que no soy el culpable.
—Mi opinión aquí no cuenta, sino lo que digan las pruebas.
—La escena del crimen ha sido amañada, de eso estoy seguro.
—Eso lo veremos. Ahora silencio, ya hay bastante alboroto ahí fuera —dice.
Y tanto. Aún, tras las compuertas de seguridad que aíslan el área de celdas, se puede oír el tumulto que resuena en los pasillos. Creo haber oído mi nombre. Reconozco las voces de mis chicos. Las de Ronda y Huga, lanceras del Bazar y mis guardaespaldas durante años, son las más insistentes. Aunque ahora les he excusado de ese deber para conmigo, parece que las viejas costumbres nunca mueren.
—Sabes lo que está a punto de suceder, ¿no? —comento—. Si no salgo ahí fuera a calmarlos, habrá una batalla campal entre los tuyos y los míos.
—Lo sé. Y eso no cambia nada. Tú no saldrás de aquí hasta que Cordelia lo diga.
Gruño. Si al menos tuviera mi bastón..., pero se encuentra en la estantería de enseres al otro lado de la sala.
No tengo más remedio que esperar. Esperar viendo cómo corre la sangre en los patios, cómo me acusan injustamente y cómo Astrid me culpa por la muerte de su padre. Ese apretón en el pecho no indica nada bueno. «Ellos son un medio para un fin, Kaala, por eso mismo te interesa que confíen en ti y no se crean toda esta patraña. No confundas las cosas. ¿Acaso no quieres traerla a ella de vuelta?». Sí quiero, aunque uno no puede evitar tener simpatías.
Todo esto no hubiera sucedido si Cordelia me dijera cómo encontrar al Iblis. ¡Menuda pérdida de tiempo! Aunque soy consciente que de poco me sirve alcanzar mis metas si el mundo acaba en manos del Silencio o de una deidad autárquica.
Suena un crujido y el raspado de piedra contra piedra. Procede de la pared. Farshaw se pone en guardia mostrando su dentadura. La mampostería se ha desplazado revelando un pasillo secreto. Una voz procede de entre las sombras del corredor.
—Cordelia dice que le llevemos ante ella —gorgotea Dusk.
—Está bien —contesta Farshaw. Toma mi bastón y lo lanza en dirección al corredor. Una mano neblinosa lo agarra al vuelo. Luego, el wendigo coge una forma geométrica y la encaja en el ornamentado que hay al otro lado de la puerta de mi celda. El mecanismo se activa y, nada más se abre la puerta, el brazo de hormigón de Farshaw me apresa por la nuca y me ata las manos con una cincha de plástico, luego me da un empujón para que camine hacia la entrada camuflada.
—¡Vaya, corredores secretos! —digo—. Esto parece la Mansión del Misterio. Tenía que haber sabido que Cordelia pensaría en algo así cuando ideó los planes para la churel.
—Y, una vez más, estuvo acertada —responde Farshaw con sorna y con orgullo a partes iguales. Dusk suelta desde las sombras un «je, je». El corredor no está del todo en penumbra, hay unas antorchas exiguas que lo iluminan, aunque la propia presencia de Dusk parece atenuarlas hasta el punto de que tengo que levantar bien los pies para no tropezarme con las irregularidades del embaldosado.
Emergemos en una sala que huele a cloroformo y la asepsia. Es un laboratorio. También es una morgue y una clínica. Un espacio multifunción dedicado a la investigación. El laboratorio está pertrechado con aparatos de última generación: secuenciadores de ADN, aparatos de resonancia, escáneres, maquinaria para paradas cardiorrespiratorias... ¿Y para qué seguir?, basta decir que sería la envidia de cualquier hospital. La modernidad y simpleza en el diseño del recinto contrasta bastante con el resto de Refugio.
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Realidad modulada (Libros 1 y 2)
FantasyDefraudado con el mundo, Moses, un cuentacuentos con alma de filósofo, decide suicidarse una noche de invierno. Mientras se hunde en el frío lecho del río, el misterioso Hombre Polilla, la criatura que habita en sus sueños, le pregunta: «Moses Gent...