EPISODIO 5, ESCENA 18: En la que se toman decisiones inesperadas.

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—Nos lo hemos buscado —dice el hombre vestido con sotana—. Esta corrupción, esta indolencia. Nos hemos olvidado de poner la mira en algo más grande que nosotros mismos. —Alza las manos cara el público proyectando la voz—. Nos hemos olvidado de los valores universales.

—Ha sido la propaganda. Les ha hecho pensar que la unidad es algo perverso. Conservar tu cultura y tus raíces, ¡perfecto! —añade el hombre con chaqueta de tweed y gafas que lleva un libro bajo el brazo—, pero todas las culturas se influencian entre sí. El sincretismo es inevitable, la globalización es inevitable.

—Es un hecho casi científico. Esta convergencia es patente hasta en la genética. Tendemos a la mezcla por el bien de nuestra evolución —afirma la mujer con bata blanca que se pasea de un lado a otro del escenario—. La ciencia también ha puesto sobre la mesa la comunicación digital instantánea y el transporte a nivel global. Ya nada queda lejos porque somos todos parte de un mismo concepto: el mundo.

—¿Y esta guerra? —pregunta el intelectual.

—Necios que quieren disgregarnos —responde el hombre de sotana.

—Ignorantes que quieren ponerle puertas al campo —añade la mujer.

—Gente que considera que la cultura no es patrimonio de la humanidad —dice el hombre de tweed—. Términos como apropiación cultural, ¿qué se suponen que quieren hacer con ellos? Esa cultura que creen que les ha sido apropiada, a su vez, proviene del sedimento de otras culturas ajenas. El problema es el concepto de propiedad. Lo que me pertenece y lo que no me pertenece. ¡Ahora reclamamos propiedad sobre las ideas y las culturas! ¡Muy capitalista!

—¡Por eso se mercantiliza la fe!, ¡alhajas papales a cincuenta euros! —se queja el hombre de sotana—. Es más fácil apropiarse de la gracia que ganársela.

—Os centráis mucho en los "qués" y los "porqués". Yo prefiero que hablemos del "para qué" —replica la mujer de bata—. La cultura, la fe y la ciencia nos hemos reunido aquí para encontrar una solución a esta escisión. Estamos en crisis y debemos decidir un curso de acción.

¿Qué narices estoy viendo? No sé ni por donde cogerlo. Me da hasta pereza empezar a desgranar esta obra. «Un poquito aleccionador y condescendiente, ¿no?», pienso. Casi parece un folletín. «¡Viva la globalización!, ¡viva la homogeneidad! ¿No lo sabes ya, cariño?, sé cosmopolita». No es que lo que comenten sea algo negativo de por sí, aunque no me gusta cómo demonizan otras posturas de forma sutil. A este tal Emmanuel Llanes se le ve un poco el plumero con su obra. La gente muestra cara de pasmo y algunos individuos entre el público asienten con convicción a cada slogan de mercadillo que se pronuncia.

El tiempo no pasa precisamente volando con esta obra y me es difícil ignorar el hecho de que mi anfitrión llega tarde. He de admitir que los asientos del palco son cómodos, pero, aun así, me come la impaciencia. No he venido aquí a ver una obra propagandística, ni siquiera estaría en este palco si no fuera porque me preocupa que cumplan su amenaza respecto a Deede.

Justo cuando empiezo a maldecir en voz baja se abre la puerta de acero que da acceso al palco y una mujer entra en silencio y se sienta en la butaca de al lado. Va ataviada con un vestido carmesí de una pieza rematado en falda de tubo. No tiene escote y la prenda cierra todo su pecho hasta el cuello, sin embargo, deja los hombros y los brazos al aire. «Tiene buen gusto», pienso. Eso es evidente en su corte al estilo francés y la forma de aplicarse el maquillaje.

—Disculpa —me susurra—. He tenido que zanjar unos asuntos con la compañía teatral y con el personal del teatro. El trabajo nunca termina, ni siquiera en un estreno. Gracias por esperar. —Conozco a esta mujer de algo. ¡Es la nueva portavoz de la Contracultura! «¿Cuál era su nombre? ¡Ah, sí!, Pamela», recuerdo.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora