—¡No!, ¡no! —Muevo las manos, frenética, comandando una capa inexistente. Aún puedo oler el aroma a caramelo añejo y naftalina de esas criaturas y veo sus picos óseos buscando mi nuca. ¿Ha sido todo un sueño? El valle oscuro, las flores luminosas, los strigoii hambrientos y esa voz...
Me siento sobre el extraño camastro de raíces, aunque la palabra adecuada sería féretro. El polen halógeno que baila en la atmósfera genera una veladura luminosa que me permite ver los contornos de la estancia.
Siento cierta angustia porque, efectivamente, me han quitado la capa y, por si fuera poco, me han despojado de mis ropas y las han sustituido por un vestido negro con encajes azulados demasiado largo y apretado para mi gusto. No necesito verme para saber que soy la viva imagen de Morticia Adams. No puedo esperar para quitármelo, pero, antes de nada, la capa. La siento en algún lado más allá de esta sala. No está muy lejos, sino me dolería. Tengo que encontrarla.
Mi camastro se encuentra en un promontorio en el centro de la habitación. Las raíces que conforman el féretro descienden de un gran agujero en la bóveda que corona el lugar. Algunas de las raíces han sido talladas para darles forma de escalones y por ellos desciendo con cuidado de no tropezar.
Solo oigo el sonido de mis pies desnudos contra los fríos adoquines y el que hace la cola del fastidioso vestido al deslizarse detrás de mí, pero luego comienzo a percibir los gorjeos. Uno, dos, doscientos. Al abandonar el promontorio, me doy cuenta de que las raíces continúan ondulando a través del suelo de la estancia, sumergiéndose y volviendo a emerger como los monstruos de un Lago Ness empedrado. Las raíces emergentes conforman oquedades en las que puedo distinguir figuras deformes respirando con dificultad. Strigoii dormidos. A los pies de algunos de esos ataúdes de raíz creo discernir las siluetas de extraños cuadrúpedos y, en las protuberancias cercanas, lo que parecen aves de pico deforme. Strigoii mascota, también dormidos.
«No la cagues, Astrid, no querrás ser su desayuno, ¿verdad? Despacio, más despacio». No lo entiendo, ¿por qué he sobrevivido al ataque?, ¿por qué meterme en el ataúd de honor y no dejarme seca como la mojama? No creo que quiera esperar a que roomies se despierten para preguntárselo, eso lo tengo claro. De puntillas y aguantando todo lo que puedo la respiración, atravieso la sala y llego a la puerta dintelada por un arco gótico. La abro rogándole a todos los Jumeji legendarios que no chirríe. No lo hace, tampoco al cerrarla detrás de mí.
¡Agh!, ¡antorchas! Parpadeo para que mis ojos se vuelvan a acomodar a la luz. Estoy en un pequeño hall cilíndrico de cinco metros de diámetro en cuyo centro se encuentra una escalinata de caracol que asciende varios metros. Lo primero en lo que reparo es en un enorme rosetón que hay en el suelo circundando la escalera. En él se reitera varias veces el símbolo de un fruto azul dentro de una esfera oscura. Este símbolo está diseñado a modo de escudo de armas. El mural en la superficie de la pared luce desgastado, pero no es menos sorprendente. Las figuras que están representadas en él muestran un estilo propio del arte europeo del siglo XIV.
Los strigoii no pasan desapercibidos, rodean y protegen a un grupo de humanos que se dan la mano con una sonrisa lacónica. Las bestias recogen frutos de unos árboles azulados (¡los árboles azulados!) para alimentar a la población. Varios de estos aldeanos alzan sus manos en agradecimiento a una gran mujer de piel blanca y ojos azules. Algunos de esos aldeanos se sitúan de espaldas a ella exponiendo su nuca con alegría. Alrededor de la imponente mujer se encuentran dos hombres también embozados y de ojos azules, y tras ellos, se aposta una cohorte de mujeres con chal celeste.
«Espera, ese rollo a lo Bene Gesserit de Dune versión folclórica de esas mujeres... Son vrăjitoare, no cabe duda», pienso, «como Viorica y Lenuta». A diferencia de las mujeres que se muestran leales a la gran mujer con capa, en el fresco, se muestra a otras vrăjitoare con rostros malévolos y chal verdoso que se alejan de la multitud y señalan a la gran mujer escupiendo fuego por la boca. Huyen en fila india dirigiéndose a una puerta hecha de raíces que conduce a un mundo de luz infernal. La escena es, en definitiva, un buen piloto para una serie de Netflix.
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Realidad modulada (Libros 1 y 2)
FantasyDefraudado con el mundo, Moses, un cuentacuentos con alma de filósofo, decide suicidarse una noche de invierno. Mientras se hunde en el frío lecho del río, el misterioso Hombre Polilla, la criatura que habita en sus sueños, le pregunta: «Moses Gent...