EPISODIO 1, ESCENA 6: En la que un extraño invitado llega a la Tramoya.

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Sin corbata, es más informal. ¡Hum!, y sí, la blazer azul cerúlea parece mejor elección.

—Alexis —le digo al aparato que hay sobre la cómoda—, ¿has anulado todas mis citas para mañana?

—Sí, Georgie —me responde la IA con su voz monótona y cordial—. Todas tus citas han sido pospuestas.

—Perfecto. —Me pongo mi pulsera digital, mis playeras de mil dólares y cojo mi móvil.

—Alexis, ¿cómo estoy?

—Fabuloso, Georgie, como siempre.

—Eres muy aduladora —respondo.

A través del ventanal, las estrellas sobre los lujosos apartamentos open concept de High Hill me hacen guiños de complicidad, preconizando el inicio de algo grande.

Cojo mis gafas de realidad virtual que descansan sobre el escritorio de mármol y el transistor que hay sobre el aparador de cristal. Doy la orden a Alexis de que cierre las cortinas del ventanal.

—Hora de irse.

Sintonizo el transistor y me acerco a las cortinas. 36.9 RM.

Mis gafas de realidad virtual enfocan las cortinas. Estas se agitan. Las atravieso, pero no es con el cristal del ventanal con lo que me encuentro, sino con la Tramoya.

Entro en un espacio inmenso y cortinado con seda y terciopelo cuyo suelo está alfombrado y plagado de butacas, sillones y colchones de pluma. Las fuentes de plata escupen chorros perlados y varios puentes colgantes las franquean, conectando gigantescas columnas entre sí. Las enormes lámparas de araña, hechas con mosaicos y adornadas con cuentas de cristal tintadas, penden de un techo infinito. En ellas se han instalado varios reclinatorios en los que algunos oyentes se recuestan para charlar y admirar las vistas.

Es fácil reconocer a los oyentes más novatos que se mueven con torpeza por los alrededores. Pobres cachorritos. Y, por supuesto, ahí están los típicos corrillos de oyentes de las mismas emisoras que permanecen juntos y apenas se relacionan con los demás. Esto no incluye a los independientes ya que la mayoría de ellos muestran un claro desinterés en el próximo Paradigma, aunque sí están dispuestos a prestar sus servicios al mejor postor. Si alguien sabe hacer networking, esos son ellos.

Una mujer de piel y pelo níveos se acerca a mí. Va vestida con un uniforme de servicio color crema con una pirámide bordada en la pechera. Es una de las tramoyistas. Todas iguales, todas clónicas.

—Bienvenido, señor Hunter. Su reservado está dispuesto y muchos de sus invitados han llegado ya.

—Muchas gracias, me dirijo a su encuentro. ¿Podrías traerme un margarita de melón?

—Por supuesto. —Se desvanece.

Me encamino a las escaleras de caracol doradas. Al subirme al primer escalón, estas comienzan a enroscarse y a ascender por su cuenta. El reservado es una balconada en forma de disco con una cúpula hecha de fragmentos cristalinos que, por alguna extraña razón, impiden que el sonido salga, haciendo que las conversaciones que se llevan a cabo en su interior sean privadas.

Al acercarme, puedo distinguir quiénes se encuentran dentro.

Veo al señor Brown vestido con su traje y corbata de corte clásico y su sonrisa de vendedor de aspiradoras. Hilda Berger, en cambio, luce una blusa, vaqueros desgastados y botas de cuero. La mujer discute con el viejo de forma vehemente, mientras su pitbull, recostado a su lado, se lame la entrepierna sin miramientos. El tercer asistente es nuestro invitado especial. Un hombre manchuriano de rostro tranquilo, cara pálida, rasgos suaves y pelo lacio que viste con tang suit blanco y negro. Sostiene, plegada entre sus piernas, una sombrilla (también blanca) de varas metálicas sobre la que apoya las manos a modo de bastón. Ese es el oyente que ha sido capaz de ponerse en contacto con nosotros y convencernos para dejarle asistir a nuestra juntanza.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora