EPISODIO 4, ESCENA 17: En la que los intrusos cenan y el cántaro se llena.

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Una hora después.

—Aún me acuerdo de ti —susurro mientras contemplo la silueta saltar y trepar de tejado en tejado. No me molesto en dar la voz de alarma. Me levanto del taburete tan ágilmente como la artrosis me lo permite con ayuda del cayado y me encamino hacia el final de la senda hasta llegar frente a la choza de los ahumados. Incluso arrebujada en mi chal, el frescor de la noche cala en estos viejos huesos.

Cuando llego a la choza, compruebo que la silueta no se oculta de mí, sino todo lo contrario, me mira fijamente. Sabe que no voy a detenerle. Sus ojos acristalados no parpadean, pocas veces lo hacen. La figura desciende con una ágil pirueta.

—¿Cómo estás, Hastet? —le saludo.

—Mejor que tú. —Siempre tan sincera.

—Eso es verdad —me río—. Ha pasado mucho tiempo.

—Sabías que vendría —declara ella sin más. No tiene sentido discutirle.

—Y tú ya sabes por qué contaba con ello. —Hastet mira hacia el centro del asentamiento, a la choza comunal. Sabe que los otros están allí—. Ella ha sido muy inteligente usándote para solicitar entrada —concedo.

—Tú sabías que yo podría acceder sin problemas. Tenías la esperanza de que ella también se diera cuenta de este hecho —sentencia.

—Eres demasiado lista —suspiro.

—No, simplemente lo vi —replica la criatura.

—Pues también habrás visto que no has sido la única que ha encontrado la manera de entrar —comento. Ella asiente—. Hazme un favor, no le digas a ella lo que acabamos de hablar.

Las pupilas de Hastet se vuelven traslucidas y los ojos se hunden un poco en sus cuencas, después de unos segundos vuelven a la normalidad.

—He visto que es más pertinente que no lo haga, así que no lo haré.

—Bien, bien —digo apoyándome en el cayado—. ¿No vas a pedirme que la deje entrar?

—Eso no es lo acordado.

—¡Oh, ya veo! Queríais infiltraros. ¿Cuál era vuestro plan?, ¿crear algún pasaje seguro a través del perímetro? ¿Están los hombres topo implicados? —Hastet niega con la cabeza y saca un teléfono móvil. Cât de curios! Le hace una foto a la puerta de la choza, teclea algo y procede a abrirla.

Al otro lado de la jamba no se encuentra el oscuro cuarto de las chacinas, sino un lujoso corredor. De ese mismo corredor, emergen tres personas. A una de ella ya me la esperaba; de igual modo, su visión me llena de nostalgia. Apenas ha cambiado. Quizás sus facciones se ven más marcadas y su mirada más cansada, pero por Cordelia Castillo apenas ha pasado el tiempo. Fuerte, decidida, exuberante, preciosa. Cierro un poco más mi chal, quizás por frío o quizás porque me siento demasiado autoconsciente. Ella aún no me ha visto.

Cordelia da las gracias a Hastet y anima a los demás a atravesar la puerta. Solo cuando todos han pasado a este lado repara en mí.

—Viorica... —dice ella mirándome de arriba abajo. Cierro aún más el chal y le dedico una sonrisa desdentada. Los dos que van con ella murmuran algo.

—Cordelia, que agradable intrusión —comento con voz queda.

—Así que ya nos ha descubierto. —Mira a Hastet—. Ella le ha permitido abrir el acceso. —No es una pregunta.

—Digamos que hoy es día de visitas —respondo. Me acerco a ella y alzo la cabeza—. Y pensar que, antes, yo era un poco más grande que tú.

—Sigue siéndolo —sonríe ella—. Pensé que no se alegraría de verme.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora