EPISODIO 4, ESCENA 20: En la que la oscuridad sale al encuentro.

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«Just as I am, without one plea».

Mi voz se pierde con el viento. La brisa la lleva lejos y la hace planear sobre la ciudad. El rasgueo de la guitarra la sigue de cerca.

Las estrellas parecen palpitar al ritmo de la canción, o al menos eso me gusta pensar. El aire de la noche arrecia, pero no tengo frío. Hay algo vivificante en dejar que recorra mi piel y mi cabello, algo que me hace sentir que ese momento, esa noche, importa.

«O Lamb of God, I come!».

Siempre me gustó esta canción de Charlotte Elliott, es el último recuerdo que tengo de mi madre antes de perderla, antes del hospicio. Era una canción que siempre cantaba. Es muy antigua y se ha adaptado muchas veces. Mamá tenía un vinilo con el tema en versión folk. Es un tema que habla de segundas oportunidades.

El motivo principal de la pieza habla del sacrificio de Jesús, aunque ahora lo veo de forma diferente. Pienso que también habla del sacrificio de todas aquellas personas que intentan hacer del mundo un mundo mejor, aquellas que intentan abrirte los ojos con la verdad o el corazón con su bondad. Quizás Jesús sea ellos o quizás ellos sean Jesús, quizás nuestro Coyote sea Jesús o puede que lo sea yo. Es posible que todas esas afirmaciones sean correctas. Lo que sí sé es que, al menos para mí, Madre ya no es Jesús. Un aullido se oye en la lejanía y otra decena de ellos le responden, ¿habré despertado a los perros del extrarradio o es nuestro canino amigo mandándome una señal?

En fin, si hay un motivo por el que esta canción me gusta es porque habla de limpiarse por dentro y convertirse en una nueva y mejorada versión de uno mismo. Me gustaría creer que ese es mi caso. He pensado mucho al respecto y me doy cuenta que, a veces, religión no es lo mismo que espiritualidad. Seguir dogmas multitudinarios no es ser espiritual, no si no los comprendes, no si no los compartes y no están en sintonía contigo. No se puede tener espiritualidad por conformismo o por corrección política, o peor aún, por miedo a la segregación.

Yo era así, intentando buscar el significado en algo exterior en vez de en mí misma. Puede que el Coyote tenga su guarida dentro de mí y puede que Jesús le saque a pasear de vez en cuando por ese desierto que veo en mis sueños. Hasta ahora, por una razón u otra, siempre he acabado en callejones sin salida y empiezo a estar cansada. Aunque no voy a negar que esos callejones me han obligado a tomar nuevas e inesperadas direcciones.

Toco la pieza una vez más. Me ayuda a gestionar mi frustración. Hace un rato intenté seguir componiendo la melodía que oigo en mis sueños. Llevo sin trabajar en ella desde el día que me encontré con la sílfide. Siento que esa melodía es importante por alguna razón y que me toca a mí dar con ella, pero se me resiste. No como la de Charlotte Elliott, cuyos acordes discurren suaves entre mis dedos.

Oigo las voces alzándose por encima de mi recital. Hay algarabía en la balconada. Alzo la cabeza y me doy cuenta de que algo raro sucede.

Cuando me acerco al grupo, veo que Jenna, Geoff y Lester se encuentran a una prudencial distancia de Degataga. Las velas que hay a su alrededor han cobrado intensidad. Degataga se encuentra flotando en el aire con los ojos en blanco.

—¡Mónica! —me grita Jenna en cuanto me ve a lo lejos—. ¡No sabemos qué le pasa!

—Creo que el muchacho está poseído —dice Lester.

Dejo la guitarra apoyada contra la barandilla y me acerco apresurada.

—¿Degataga? —le pregunto, asustada.

—NOOO —dice con una voz profunda y carente de tono.

—No es Degataga —dice Lester con voz pausada.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora