Al día siguiente.
—¿Es esta vuestra base de operaciones? —pregunta Mishima en cuanto le sacamos la bolsa de lona de la cabeza.
—Este es Refugio, sí —responde Alabama.
Se queda admirando la techumbre artesonada de la sala. Sus paredes están plagadas de frescos representando varias escenas del Anillo de los Nibelungos, una de las óperas de Wagner. Los suelos y el revestimiento de las paredes son de madera noble bellamente trabajada. El mobiliario de mediados del diecinueve se compone, entre otras valiosas piezas, de un enorme sofá de tapicería de seda plagado de cojines bordados y un diván situado junto a una chimenea de mármol. La chimenea está encendida.
Los portones que dan acceso a ese recinto están bañados en cobre pulido con jambas de casi treinta centímetros. Es un lugar tan adecuado para recepcionar invitados como para encarcelarlos. Y con ello contaba cuando le di las instrucciones a Chantra.
En el viejo centro Burana teníamos espacios similares para los inmigrados más conflictivos. En cuanto a su encanto arquitectónico, le dejé a Chantra, como en casi todo lo banal, manga ancha. Estoy segura de que ha usado fotografías del palacio Neuschwanstein en Baviera para materializar este espacio. Las referencias son bastante obvias.
—Refugio, ¿eh? Un nombre sencillo, me gusta —dice Mishima tras salir de su asombro acercándose a las grandes ventanas que, por supuesto, están hechas de un cristal denso e irrompible. La luz matutina de la dimensión de bolsillo le baña el rostro—. ¿De verdad era necesario vendarme los ojos?
—Sí, sigue siendo de la Tecnocracia y no queremos que sepa la ruta de acceso. Mientras esté aquí, solo podrá moverse por ciertos recintos y mis chicos le vigilarán —le advierto con seriedad. Quiero que le quede bien claro.
—Tus inmigrados, quieres decir. Aclárame una cosa, ¿soy un prisionero? —Lo va pillando el pendejo.
—Un invitado con reservas. —Me gusta cómo el rubiales disfraza las palabras.
—Si no queda más remedio...—suspira el ejecutivo.
—Al grano, padre —le espeta Astrid.
La noto más mordaz desde la pasada noche, incluso con Kaala. «Eso último sí que es un giro de ciento ochenta grados», pienso. De ponerle ojitos tiernos a erizársele el lomo cuando él está cerca.
—Astrid, trata bien a nuestro invitado. Después de todo es de la familia —le digo socarrona—. Mishima, usted decía que quería ayudarnos por el bien de su hija.
—Y lo mantengo.
Astrid suelta un rebufo y escupe:
—Bien, entonces cuéntanos lo que sabes sobre los avatares y lo que, según tú, puede estar tramando la Estación.
—Esto podría llegar a oídos de mi emisora y, entonces, los míos querrán mi cabeza.
—Refugio, por su propia naturaleza, no se ubica dentro de las frecuencias habituales. —Intento que suene tranquilizador—. Es muy difícil que su emisora pueda enterarse de nada, por eso le trajimos aquí.
Mishima hace una pila en el suelo con los cojines que hay en el sofá y se sienta junto a la lumbre, se desabrocha la americana y se arrodilla con los pies bajo el trasero y la espalda erguida, al estilo japonés. Sus pupilas se entretienen con el fuego.
—Por dónde empezar...
Me apoyo en el alféizar del ventanal más próximo, Astrid se sienta encima de una de las mesas y Kaala se tumba en el diván. Alabama se sirve una copichuela del mueble bar que hay al fondo. Tiene un sexto sentido para localizar libaciones.
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Realidad modulada (Libros 1 y 2)
FantasíaDefraudado con el mundo, Moses, un cuentacuentos con alma de filósofo, decide suicidarse una noche de invierno. Mientras se hunde en el frío lecho del río, el misterioso Hombre Polilla, la criatura que habita en sus sueños, le pregunta: «Moses Gent...