—Hoy he pedido ir a la siguiente donación, señora Dracul —dice la niña. Ha salido corriendo de su casa, ha cogido una flor subterránea de un parterre y se la ha dado a la mujer—, pero mi mamá no me ha dejado, dice que aún soy muy pequeña. —La niña pone morritos. Dochia sonríe, coge la flor y agradece el gesto con un cabeceo, luego responde:
—Debéis hacer caso de vuestra madre, jovencita, ella sabe lo que os conviene. Y tiene razón, sois muy joven. ¿Cómo os llamáis?
—Vanica —responde la niña moviendo el pie en círculos con cierta timidez.
—Vanica. Me conmueve vuestra preocupación por mí y por el gobierno de Bran. Cuando llegue el momento, os aseguro que haremos que sea muy especial. —Sinceramente, no quiero saber a qué se refiere con eso ni tampoco quiero saber qué entienden por «donación». Por desgracia, mi cerebro ya ha elaborado su propia teoría. El caso es que las palabras de Dochia han hecho que la niña se sonroje. Puedo percibir admiración, un sentimiento que le llena el pecho de calidez y que se expande haca la shtriga... Espera, ¿cómo puedo saberlo? Ni siquiera tengo mi dial, así que supongo que mi parte malebolgia está comenzando a despertar. Es una percepción menos precisa y menos analítica que la de mi capa, casi instintiva.
La niña se marcha satisfecha con dos palmaditas en la cabeza por parte de la mujerona. Esta la observa corretear hacia su casa con un semblante que no consigo descifrar. En cuanto a lo que siente, no estoy segura. Noto un cosquilleo en la boca del estómago que no sé interpretar. No recibo sus señales de manera tan clara como ocurre con la niña, y menos sin mi dial. Una vez finalizado el encuentro espontáneo, retomamos la marcha hacia nuestro destino original.
Tras el almuerzo, todos se habían retirado a ocuparse de sus quehaceres (o confabulaciones). Dochia insistió en que me acompañaran a mis fastuosos aposentos, donde pude asearme y encontrar un atuendo más acorde con mi estilo en el armario. Elegí unos pantalones bombacho, una casaca sencilla de buen material y un cinturón ancho de cuero para evitar que la tela sobrante suponga una molestia. Con unas buenas hombreras, bien podría ser el vestuario de una película de los ochenta de magia y hechicería. Más tarde, la condesa me mandó llamar. Sus sirvientes me condujeron hasta ella y la regente insistió en que la siguiera.
Habíamos cruzado toda la fortaleza en dirección a un edificio achatado de madera con portones de doble hoja, edificio ante el cual nos encontramos ahora. Las molestias en el pecho se han hecho evidentes debido a la lejanía del lugar respecto a mi dial, aunque todavía son soportables. Las puertas del edificio parecen pesadas, estimo que se necesitan dos personas para abrirlas, pero Dochia les da un empellón y las abre sin dificultad. Lo hace con demasiada naturalidad como para ser una demostración de fuerza, lo cual me inquieta aún más. Nos colamos dentro y cierra las jambas detrás nuestra.
Estamos en unos almacenes llenos de cajas y estanterías robustas de madera. Hay carretas desperdigadas por el área y el techo está atravesado por andamios con carriles, así como provisto de varios sistemas de poleas, cuerdas y ganchos que facilitan la carga y descarga de mercancía a través del complejo. En esos momentos el lugar se encuentra vacío. ¿Puede que los trabajadores del almacén tengan el día libre?, ¿o es hora de la comida? Quizás todo el almacén sea una tapadera. No creo que eso sea relevante ahora.
Atravesamos el almacén hasta llegar a un enorme contenedor de metal. Encima de él se encuentran apiladas muchas otras cajas. El día que quieran transportarlo no lo tendrán fácil, lo que me hace pensar que no tienen ningún interés en moverlo de donde está. En la cubierta del contenedor se puede ver escritas varias especificaciones. Sobre todo, me llama la atención una cruz roja acompañada de un mensaje que, traducido, dice: «Prohibido el acceso al contenido a personal no autorizado». Me fijo que, además, las medidas del contenedor se han dejado escritas en un lateral de forma bien visible: «100 x 80 x 60 metros». Un error, por supuesto, el contenedor es grande, pero no de semejantes proporciones.
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Realidad modulada (Libros 1 y 2)
FantasyDefraudado con el mundo, Moses, un cuentacuentos con alma de filósofo, decide suicidarse una noche de invierno. Mientras se hunde en el frío lecho del río, el misterioso Hombre Polilla, la criatura que habita en sus sueños, le pregunta: «Moses Gent...