—¿Estás seguro de lo que dices?
—He visto desvanecerse a dos de nuestros enemigos en este mismo lugar. Uno de ellos es como si se hubiera apagado, el otro como si hubiera sido enviado a un destino muy lejano. Pájaro de Mal Agüero no me engaña, algo pasa en esta habitación. Fíjate en la puerta.
—¿Crees que es una trampa?
—Ya hemos tenido experiencias con puertas que no llevan a donde deberían. Créeme, algo no funciona bien en este umbral. No sé cómo, pero lo sé.
—¿Ahora tienes un sexto sentido con las puertas?
—Puede. —Se encoge de hombros.
—Vale, imaginemos que es aquí donde tenemos que entrar. Tendría sentido que alguien pusiera una trampa justo en este lugar, te concedo eso. Ahora dime, ¿cómo la sorteamos?
—Abriendo la puerta verdadera. —Coge aire—. Creo que mi llave debería bastar.
Veo cómo desencaja la llave córvida del candado y esta adquiere su forma original. Acto seguido, enfoca con el candado a la puerta y la llave muta una vez más adquiriendo la forma acuosa de la cerradura en cuestión. Mete la llave en la cerradura de la puerta metálica. Creo que ha sido cosa mía, pero los trazos de tiza han parpadeado. Cuando se abre la puerta, lo único que veo es una sala que sigue la tónica arquitectónica del subterráneo. Está habitada por varias sillas desvencijadas y, más al fondo, tras unas cortinas, veo una serie de literas con colchones mohosos. En una de las paredes, un arco de medio punto da acceso a un espacio de aseo. No muy lejos se encuentra el acceso norte de la sala.
—¿Son estos los barracones? —me pregunto en alto—. ¿Aquí es donde dormían los refugiados?
—Eso parece.
Me compadezco de esta gente. Por otra parte, tuvieron suerte de contar con este lugar.
—Tenemos que encontrar la fuente de la disrupción —dice Moses. Saca el transistor y comienza a sintonizarlo —. La señal es fuerte y conduce al fondo de los dormitorios.
Moses me da un pequeño empujón para animarme a avanzar. Cuando cruzamos las cortinas y recorremos el largo pasillo flanqueado por las literas, podemos ver dibujos en las paredes hechos con trazos de carboncillo. Sus autores no debían tener más de dos o tres años. En uno de los rincones discernimos una pequeña pila de ropa húmeda y podrida.
Moses se agacha y recoge un peluche mohoso que asoma por debajo de una litera.
—Los que peor lo pasaron fueron los críos.
—Y todo por culpa de los nazis —respondo.
—No, todo por culpa del dinero. Los nazis alcanzaron el poder en gran parte por la precariedad económica en la que se encontraba Alemania por aquel entonces. Los ciudadanos de Cloven estaban resentidos hacia los inmigrantes en general por qué trabajaban por menos dinero. Los empresarios se aprovechaban de esta situación. Los judíos fueron el epítome de ese resentimiento porque llegaron a manejar el prestamismo y las finanzas y especularon, ¡vaya si especularon! Es el dinero, Foster. El absurdo capital.
—¡Vaya, por fin lo entiendo! —Me río—. Eres comunista.
—El comunismo aboga por que el aparato productivo pase a manos de quien lo trabaja. No, el comunismo se queda corto. El concepto de capital es algo que debe ser dejado atrás por mera evolución social y por supervivencia humana. Algo que tuvo su momento en la historia del hombre con sus pros y contras, y que ya es hora de superar, como la máquina de vapor.
—Moses, te lo dice alguien que estudia Administración de Empresas. El capital, ya sea dinero o cristales de sal, es algo que es connatural al ser humano.
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Realidad modulada (Libros 1 y 2)
FantasyDefraudado con el mundo, Moses, un cuentacuentos con alma de filósofo, decide suicidarse una noche de invierno. Mientras se hunde en el frío lecho del río, el misterioso Hombre Polilla, la criatura que habita en sus sueños, le pregunta: «Moses Gent...