EPISODIO 3, ESCENA 2: En la que Degataga sigue al Coyote.

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El pavimento se percibe gomoso bajo mis suelas. El asfalto consiste en varias películas de barniz rugoso y blanquecino que recubre la piel de la criatura voladora. Las calles están hechas de un material sólido, si bien ligero. Quizás esa es la intención, que la criatura soporte la menor carga posible sobre sus espaldas.

Algunos oriundos que transitan la ciudad de las nubes son habitantes del llamado Bajovientre, meros trabajadores, pero el resto de los viandantes son ciudadanos de la Alta Ciudad de pleno derecho y sus rasgos son muy distintivos. Sus cabellos tienen la textura del lino y caen lisos y lacios sobre sus hombros, sus ojos son de color rubí y sus facciones lucen sonrosadas. En general, son más altos que los otros oriundos.

Las casas del páramo y los minaretes de la ciudad me han contado historias. Daoine sidhe son llamados los habitantes a la sombra de los gigantes, leannan sidhe aquellos que viven en la luz sobre sus lomos en esta ciudad blanca. Creo que he leído algo al respecto, aunque no me acuerdo dónde. Esta frecuencia está apartada de los retales más transitados, pero algún oyente la habrá visitado hace mucho tiempo. De lo que estoy seguro es de que este no es territorio consolidado de la Tecnocracia ni de ninguna otra emisora.

—«Yo sí he oído hablar de este lugar, en cuentos infantiles». —Lester ha leído mi hilo de pensamiento. Es sorprendente con qué rapidez ha sabido sacar ventaja a los pros de ser un ente incorpóreo.

—¿Es eso cierto?

—«Folclore celta. Mi abuelo me contaba historias de los aos sí. Es así como le llamaban a nuestras hadas y criaturas mágicas. Nunca pensé que se basaran en un hecho real. Aunque he de admitir que todo esto es muy distinto a cómo se relata en esas historias».

—Suele ocurrir.

—«También escuché hablar de los kelpies, o kelps como los llaman aquí, aunque cualquier parecido con la leyenda y estas criaturas gigantescas es pura coincidencia».

Detengo mi avance y me quedo mirando la efigie que se erige en mitad de una plazuela marfileña. Una estatua tintada en colores suaves representado a ¿un ser humano?

—Te sorprenderá saber que nosotros también somos una leyenda para ellos. —Leo el cartel en alto para que el transistor traduzca mis propias palabras—. «El gran Oberón».

—«¿Oberón, el rey de las hadas? ¿Oberón como en Sueño de una noche de verano?».

—Rey, ¿eh? —Leo de nuevo la placa—. «Oberón, el humman, padre y fundador».

—«Humman» —murmura Lester—. «¿Humano?».

Eso parece. Doy un par de pasos a mi izquierda despejando la vía para que pasen dos leannan que caminan cogidas de la mano. Dos trabajadores daoine cargados con bártulos siguen su estela haciéndoles de asistentes.

—«Parece mentira que nadie haya notado tu presencia. Lo que te has agenciado es una capa con capucha, no un kit de camuflaje» —apunta Lester.

—Te lo he dicho, puedo retener parte de mi alma en mi dial para tener menos presencia. Atenuar mi ser es una de mis habilidades.

—«Muy útil».

—Dame un momento, Lester. Quiero que nuestro pétreo Oberón nos cuente su historia.

Tanteo mi atrapasueños y pellizco los hilos hasta escuchar el tono adecuado, señal de que me he sincronizado con el espíritu de la estatua.

—«¿Vienes a rendirme respetos, habitante de Dannan?» —pregunta la efigie. No se ha dado cuenta de que no soy un sidhe.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora