El balanceo de los cuerpos, las risas y los saltos. Todo es hipnótico, como si mi cabeza no diera abasto.
«Pump up the jam, pump it up».
El tema de Tecnotronic retumba en la pista y los malebolgios sudan mares imitando los pasos de baile del videoclip que se proyecta en la pared. He visto a unos cuantos oyentes humanos por los alrededores, así como algún otro inmigrado que están pasando el mejor momento de su vida. Cuando Cordelia me habló del infernáculo, un pub en el mismísimo "infierno", no me esperaba algo así. Esto me parece una pasada.
Siento la tentación de salir a bailar. Hasta mi capa adquiere un color al más puro estilo acid, pero Cordelia me tira del brazo arrastrándome al fondo del local.
—Aún no, carnala. ¿Dice usted que quiere aprender más sobre su naturaleza?, pues le dejaré en manos de alguien que le pueda ayudar con eso —comenta.
Subimos a una balaustrada que hay al pie de una gran puerta labrada. Cordelia le susurra algo al portero y este nos dejan pasar. Entramos en una larga y amplia galería acristalada de suelos oscuros y refractantes. A través de los ventanales puedo ver la ciudad maldita. Dite, la ha llamado Cordelia. Excavada en el núcleo de la tierra recorrida por ríos de lava. Imponente, fascinante y prohibida, tal como los demás me la habían descrito. Cordelia me da otro tirón para meterme prisa.
Al final de la galería, nos encontramos con una zona abierta llena de sofás y mesas camareras con viandas. En el centro del área se levantan tres grotescos tronos, uno hecho de hielo geométrico, otro de hierros candentes y, el del medio, cubierto de tallos espinosos. Frente a este último veo a un hombre de ojos verdes ácidos vestido con un pantalón de raso negro, una camiseta, una americana verde oscura y unas botas de piel. Su rostro es exótico y casi humano. Algunas de las venas luminosas son más patentes alrededor de sus facciones y se entrecruzan formando una extraña tiara en su frente y una gargantilla alrededor del cuello. Ese debe ser Paimon.
Se encuentra de pie con las manos en los bolsillos caminando de un lado a otro. Este zigzag cesa cuando dirige la mirada hacia el pasillo y nos ve acercarnos, sobre todo, cuando ve a Cordelia.
—Bienvenida, Cordelia —dice extendiendo una mano—. Y bienvenida, Astrid Mishima, pequeña prima. Cordelia nos ha enviado un mensaje hablándonos de ti.
—Hola, Paimon —saluda Cordelia sin más.
—Estás sobrecogedora —le dice Paimon. Y es verdad, para qué negarlo. Mientras, yo vengo con capa, camisola y ugly shoes, Cordelia luce despampanante con su vestido de una sola pieza y cuello barco, con sus ya icónicos tacones infinitos y su cabello anudado en un recogido lateral.
—Tú también estás muy bien. —Se recoloca el pelo. ¿Nerviosa, quizás? Mi capa me dice que sí.
La verdad es que ambos tortolitos están de mojar pan. Por lo que sé, van a ir a cenar a nuestro mundo. No creo que Paimon sea la persona a quien Cordelia quiere confiar mi «iniciación». Si no es a él, ¿entonces a quién?
—¡Míralos, hermana! ¿Acaso esta pompa y boato está justificada? Al menos, he de decir que las gamas cromáticas están bien escogidas y que su mutua compañía luce estéticamente armoniosa. —Es una voz fría y aguda como un témpano vibrante. Por más que miro entorno a mí, no puedo concretar su origen.
—¡Sexo húmedo y candente!, eso es lo que lo justifica. ¡Espero que Paimon esté a la altura!, ¡una centenaria ya sabe una cosa o dos! ¡Yo misma ya vengo de vuelta de todo! El clímax está sobrevalorado —dice otra voz ronroneante y más salvaje.
—Estoy de acuerdo, las incisiones en puntos nerviosos son más placenteras —responde la primera voz.
—O las laceraciones en las nalgas —agrega la otra. ¿Dónde narices se esconden?
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Realidad modulada (Libros 1 y 2)
FantasyDefraudado con el mundo, Moses, un cuentacuentos con alma de filósofo, decide suicidarse una noche de invierno. Mientras se hunde en el frío lecho del río, el misterioso Hombre Polilla, la criatura que habita en sus sueños, le pregunta: «Moses Gent...