EPISODIO 4, ESCENA 19: En la que los árboles cazan.

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—¿Dos niños? —murmura Viorica contemplando la pizarra que tiene entre sus manos, la misma que llevaba en mi mochila momentos atrás.

—No se sabe su paradero actual y mis compañeros están muy asustados. Esperaba que una muestra de la obra de la oyente que los secuestró pudiera ayudarle a seguirles el rastro —explica Cordelia.

—Es una posibilidad —concede la anciana. Cordelia le da el papel en el que estuvo escribiendo hace un rato.

—Aquí está el número del móvil de Hastet. Cuando sepa algo, llámela y vendrá a través del acceso por el que hemos entrado. —Viorica coge el papel—. Sé que no tengo derecho a pedirle esto...

—No, no lo tienes, pero no voy a dejar que dos niños corran peligro. Lo haré.

—¡Gracias! —digo yo—. ¡Usted se hace la dura, pero tiene buen corazón!

—No te adelantes, niña —me responde—. Acabo de enviaros al recinto más peligroso de esta ciudad.

—Lo ha hecho por el bien de los suyos —replico.

—Siempre es una buena excusa. —Mira de reojo a Cordelia como intentando insinuar algo. Ella no se da por aludida y responde:

—Lo que usted dice es la neta, Astrid. Su buen corazón es lo que me enamoró de ella. —Viorica pone una mueca de enfado, aunque también puedo percibir en mi capa que la mueca esconde cierto rubor—. Y Viorica, me temo que usted se equivoca. Créame, esas colinas no son, ni por asomo, el lugar más peligroso de Cloven.

—Dímelo cuando regreses —contesta. Mi capa detecta preocupación y más sentimientos entrelazados. Creo que Viorica sabe que si Cordelia va en esta expedición las posibilidades de la recolecta aumentarán. Tiene mucha confianza en sus capacidades, pero, a la vez, se está odiando a sí misma por haberla incitado a ir. Se debate entre la lealtad a los suyos y el bienestar de su antiguo amor, al cual le guarda cierto resentimiento. ¡Joder!, es complicado.

—Deja de auscultarme niña —dice Viorica de repente—. Puedo notar tus ideas rozándome el cerebro. ¡Șolomonari de la mente, siempre metiéndoos donde no os llaman! —Me quedo de piedra, nadie nota mis intrusiones y menos si son superficiales. Cordelia retiene una carcajada. Balbuceo una disculpa que a Viorica no le convence mucho. «Șolomonari de la mente, ¿se refiere a los Licurgos?».

La voz de Lenuta interrumpe el embarazoso momento. Resuena de manera incomprensible en un descampado sin paredes. Cosas de vrăjitoare, supongo.

—Acérquense, șolomonari —dice apostada junto a unas escaleras de una cripta. Me despido de Viorica que no parece enfadada. Cordelia se queda atrás intercambiando unas últimas palabras con ella. Voy aproximándome a la cripta contemplando el entorno de camino. Las lápidas cinceladas y las cruces de madera motean el lúgubre cementerio del asentamiento. Acabo de reparar en que todas estas tumbas están anegadas en violetas, miles de ellas. Las contemplo maravillada. Algunas crecen salvajes y otras adornan los jarrones junto a las losas o se han dispuesto en manojos sobre las lápidas.

—Fe, espiritualidad, pasaje seguro, vínculo, recuerdo —dice una voz sobre mi cabeza. Levanto el rostro y allí esta Kaala descendiendo en el aire como quien baja en un ascensor. Hace un par de minutos dijo que subía a «echar un vistazo a la colina»—. Les desean a sus muertos un buen viaje y les hacen saber que no están solos y que sus vínculos perduran en el más allá. Moses dijo que las recogen en el bosque antes de entrar en el asentamiento, puede que también contrarresten los efectos de las nomeolvides y la señales.

Cuando llega a tierra, le pregunto:

—Así que sabes de flores. —No puedo evitar el tono de sorpresa.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora