—¡Por fin! —susurra Jenna—. ¡Llevamos un siglo andando!, ¡no puedo más!
Los demás también emiten suspiros de alivio cuando una tenue claridad comienza a vislumbrarse al fondo. Hemos tenido que hacer un parón en el camino junto a un pequeño derrumbe por el que se colaba aire del exterior. Fue gracias a la tenue luz que se filtraba por las oquedades que supimos que ya había amanecido, pero la luminiscencia que veo al final del túnel es artificial. Llegamos a otra estación, el final de la línea. Nos ayudamos unos a otros a subir al andén y ascendemos por las únicas escaleras de salida que hay. Llegamos a un zaguán de blanco y cemento con varios accesos flanqueados por puertas metálicas.
—«Contención» —lee Mónica en el cartel adherido al acceso de la derecha.
—«Jardín», pone en este otro —comenta Geoff.
—«Área de investigación» —señala Lester—. ¿Deberíamos ir por aquí?
—Definitivamente deberíamos ir por ahí —nos anima Darri. Míster le gruñe sin razón aparente.
No les contesto. «Contención», esa palabra me provoca angustia, no sé por qué me siento incapaz de alejarme de esta puerta a pesar de que me embarga una sensación de terror. Algo me reclama al otro lado y no es el sínodo. La verdad, no sé si quiero acudir a su llamada. Aunque lo que yo quiera no importa porque unas tanzas invisibles se han aferrado a mi dial y tiran de él y, por tanto, de mí.
Hacía mucho tiempo que no sentía esa sensación, sin embargo, atravesar el velo no es algo que se olvide. Voces que se mueven entre frecuencias anexas se comunican conmigo y me arrastran a través de esa puerta. Apenas oigo las palabras de mis compañeros reclamando saber qué me pasa ni siento sus tirones. Cruzo los pasillos de cemento y llego a un recinto concéntrico de tres pisos de altura donde hay celdas de cristal blindado. Pocas de esas celdas se han usado de forma reciente. Cordelia Castillo solo debe haber encerrado en ellas a aquellos inmigrados que fuesen un peligro para sí mismos o los demás porque estas voces ansiosas de justicia proceden de tiempo atrás, de décadas y décadas atrás. Tomando prestados sus ojos, veo cómo muta ese recinto a través de los siglos.
—¿Qué lugar es este? —pregunta alguien.
—¿Degataga? —dice alguien más. Creo que se refiere a mí. ¿Soy yo Degataga?
Los espíritus de los inmigrados que han sufrido y muerto en estas paredes me han asaltado por sorpresa, ahora lo sé. Son tantos y sienten tanto dolor y tanta rabia que no he podido bloquearlos. Mi coraza cara el mundo espiritual se ha quebrado y todos intentan contarme sus historias al mismo tiempo.
—Ellos me hacían daño y tomaban notas —digo con una voz que no es la mía, y me estremezco ante un calambre que recorre mi cuerpo—. Nos llevaban al extremo de la hambruna y del cansancio para ver nuestros límites. —Mi estómago ruge y, por un instante, creo que me comería mi propia mano, pero esta sensación deja paso a otra diferente. Mis ojos se abren como si mis parpados no funcionasen y una serie hipnótica de imágenes transitan por mi cerebro—. Querían socavar nuestra voluntad. Visionábamos esas imágenes durante horas, usaban esta técnica para interrogarnos sobre nuestros mundos y para que fuésemos dóciles. Si no cedías, seguían estudiándote hasta tu último aliento y, a aquellos que sí cedían, nunca se los volvía a ver porque el Regidor los reclamaba. ¡Se volvían marionetas blancas!
Cruzo corriendo el área circular y abro las puertas del fondo. Oigo pasos que me siguen.
—¡A veces nos dejaban salir al patio! —El corredor está lleno de ventanas enrejadas y, desde allí, se ven los jardines que hay una planta más abajo. En esos jardines de regueros desecados, fuentes marchitas y césped moribundo se alza una casita, la casa del jefe, la casa del Regidor—. A él nunca le veíamos porque iba y venía de noche, pero sí veíamos a la niña, aunque ella no nos veía a nosotros.
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Realidad modulada (Libros 1 y 2)
FantasiaDefraudado con el mundo, Moses, un cuentacuentos con alma de filósofo, decide suicidarse una noche de invierno. Mientras se hunde en el frío lecho del río, el misterioso Hombre Polilla, la criatura que habita en sus sueños, le pregunta: «Moses Gent...