Menos de una hora antes.
Dawn Hill no es un lugar desagradable, no posee las vistas de High Hill, pero los parques y parterres son una constante. Los olmos retorcidos asoman a las veras de la carretera y las casitas. Uno no puede apreciar el centro de Cloven desde esta altura de la loma, aunque sí sus barrios periféricos. Es un lugar tranquilo, no tanto como la Comunidad, pero tranquilo, al fin y al cabo.
Echo un último vistazo al furgón negro al otro lado de la acera y abro la reja que da acceso a la finca. La hierba del jardín luce quebradiza y los arbustos han adquirido un color parduzco. El aura de las plantas tremola, tienen sed. Unas alondras que picotean el césped levantan el vuelo en cuanto llego al porche. Las flores de las macetas que hay sobre la baranda de la entrada parecen algo más satisfechas con sus cuidados. Veo una doble puerta, de madera, la interior; de alambre, la exterior. Ambas son endebles y lo único que aportan es una falsa sensación de seguridad.
Me ajusto la corbata y aliso mi camisa blanca. No me gustan las camisas, son poco prácticas y poco higiénicas a mi juicio. La hilazón de su tejido hace más fácil que el sudor se extienda. Nunca he entendido porque se considera una vestimenta formal y, mucho menos, en tardes calurosas. Por fortuna, esta no es una de esas tardes.
Doy unos golpes a la puerta. Veo cómo se dibuja su aura antes de verle el rostro. Azul, cúbica y descendiente. Un hombre de fe comedida, con una corazón resiliente, humilde y honesto. Se siente un poco melancólico ahora mismo.
—¿Quién es? —pregunta el habitante de la casa a través de la puerta.
—¿señor Killpatrick?, ¿Lester Killpatrick?
—Sí, soy yo. ¿Quién es usted?
—Mi nombre es Degataga Deleny, vengo en representación de la comunidad de Blairs Burrows.
—¿La sinagoga?
—Así es.
Las dos puertas se abren. El hombre es enjuto, de ojos claros, nariz grande y cabello ralo. No debe tener más de cuarenta y siete años.
—Buenos tardes. —Me tiende la mano. Se la estrecho—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Buenas tardes, señor Killpatrick. Verá, sé que fue usted parte de nuestra comunidad y su padre también. Me gustaría informarle de algo. En privado.
Miro hacia las vallas que delimitan el jardín insinuando que es algo que no les incumbe a los vecinos. Justo en ese momento, una señora regordeta que vive en la casa de al lado se pone a regar sus geranios con la manguera y nos echa una visual con escaso disimulo. Eso refuerza mi argumento.
Killpatrick asoma también la cabeza, saluda a la vecina y se hace a un lado para invitarme a entrar.
—Claro, pase.
—Muy amable —respondo.
La casa es antigua, aun así, no posee espíritu propio. Huele a barniz y puedo ver pequeños restos de serrín en los recodos de las puertas.
«Le gusta el bricolaje. Quizás estaba trabajando en este mismo momento. Puede que tenga un taller en la parte trasera», pienso.
—Tiene una casa muy acogedora y un mobiliario muy interesante. —Sillas, mesa de comedor y mueble del salón. Las tres piezas están hechas a mano. Imperfectas, rústicas, pero bellas.
—Gracias, las hice yo. —Algo titila en su mirada.
—Me lo imaginaba. Yo no soy carpintero, solo un aficionado a la talla, aunque sí puedo distinguir una buena pieza artesanal cuando la veo. —No estoy mintiendo ni siendo halagador y él se da cuenta de ello.
ESTÁS LEYENDO
Realidad modulada (Libros 1 y 2)
FantasyDefraudado con el mundo, Moses, un cuentacuentos con alma de filósofo, decide suicidarse una noche de invierno. Mientras se hunde en el frío lecho del río, el misterioso Hombre Polilla, la criatura que habita en sus sueños, le pregunta: «Moses Gent...