EPISODIO 4, ESCENA 10: En la que el sol asoma dentro de una caja.

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—¡Has venido! —Caddie sale a nuestro encuentro triscando por el césped y abriéndose paso entre los corralitos de gente.

—Como si me hubieras dejado elección —respondo.

—¡Qué bien!, ¡así me ahorro contratar al sicario! —Se adelanta a saludar a Foster—. ¡Y has traído compañía humana! Hola, soy Caddie, la hermana de esta maraña de pelo y desánimo.

—Me llamo Foster, Foster Callahan. Encantado —se presenta él muy correcto.

—¿Y qué le pasó a tu amiga? —me pregunta—, ¿no pudo venir?

—No, no pudo, tenía otras visitas pendientes.

—¡Vaya, qué pena, me caía bien! —No lo dudo. No me quiero imaginar a doña cinismo y a doña sarcasmo juntas de nuevo—. ¿Y vosotros de qué os conocéis?

—Pues...—digo yo. Maldigo mi flujo sanguíneo que comienza a delatarme—. Pues somos... Vamos, que él es...

—Estamos saliendo —dice Foster sin más. «¿Ah sí?, pues claro, claro que sí. Estamos saliendo», me reafirmo.

—¡Debe ser verdad!, porque ver a mi hermano con esa cara de bobo es algo inédito. —Foster se gira para mirarme y comprobar la veracidad de esa afirmación. Y la comprueba porque me sonrojo aún más. Entonces me rodea los hombros con su enorme brazo. Ahora noto calientes hasta las orejas.

—Me ha invitado a venir, espero que no le haya metido en problemas —dice Foster. A Caddie los ojos le hacen chiribitas. Se interpone entre los dos y nos agarra a cada uno de un brazo.

—¿Problemas?, ¡esto es genial! Venid que os presento a la gente —dice ella que, de algún modo, siendo una retaca de metro sesenta y pocos, consigue tirar de mí y de la pila de músculos que me acompaña gracias al poder del cotilleo y la cerveza.

Mientras avanzamos por el jardín, noto como Foster escanea la casa de Caddie. Un edificio cúbico de estilo industrial con cristaleras en el segundo piso con un amplio porche cementado, columnas cuadrangulares y diseño minimalista. Caddie no tiene un mal sueldo, aunque la cultura nunca está muy bien remunerada. Esa mansarda es cosa de Hillary, el marido de Caddie, que es arquitecto e inversor inmobiliario. Pensando en Foster, me doy cuenta de que él podría tener una casa parecida a esta con lo que gana por derechos de imagen y la publicidad de sus canales. Eso si no hubiera tenido que pagar todos estos años por los cuidados de su madre.

—¡Joder! ¡Jordan, mira! —barrita una voz chillona de adolescente—, ¡es Coach Callahan!

—¿¡Qué dices, idiota!? —le increpa otra voz más ronca.

—¡Que sí, mira! ¡Ostia puta!

Los hermanos calamidad, señoras y señores.

—¡Jordan, Simon!, ¿qué es esa forma de hablar? —les reprende Caddie que no entiende de qué va el asunto.

Los dos adolescentes malhablados ignoran el comentario y se acercan como por atracción magnética hacia Foster. Jordan, de quince años, es un chaval rubio de ojos ceniza, alto y desmañado. El desgarbo se acentúa aún más debido a sus ropas de trapero que le cuelgan por donde no le deben colgar y le ciñen por donde no le deben ceñir. No tengo claro si la chaqueta que lleva es de chándal o es un pijama. Lleva el pelo rapado por los laterales coronado por una gorra ahuecada.

Simon, de doce años, tiene un aspecto menos colorido y viste más parecido a un skater. Llleva el pelo largo y está constantemente apartándolo del medio para poder ver. El pobre está comenzando su batalla contra el acné, ya perdida de antemano.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora