EPISODIO 1, ESCENA 17: En la que una centenaria coge la batuta.

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Una hora después.

—¿Está segura, Hastet? —pregunto.

—Sin duda, Cordelia. —Hastet mueve las pupilas de sus tres ojos irisados (incluido el de la frente) revisando el anuncio que han traído mis "invitados".

Su pelo azulado parece adquirir cierta fosforescencia, eso siempre es signo de que está usando las capacidades propias de su naturaleza.

—¿Cree que podrían haber circunvalado su perturbación cognitiva? —intento asegurarme.

—Imposible, un humano no puede quebrar las perturbaciones de una esfinge. —¡Qué soberbia!, por eso me cae bien.

—Hablamos de oyentes, Hastet —le recuerdo.

—Deberían tener una habilidad muy concreta. Dudo que existan oyentes con distorsiones que puedan anular mis capacidades. —Levanta la barbilla.

Suspiro. Vale, la versión de estos gringos concuerda. Me vuelvo hacia ellos.

—Así que es la neta. Ustedes no mienten —les digo.

El güey que parece perpetuamente achicopalado me mira como si haber dudado de ellos fuera algo inconcebible. Como si fuéramos super compadres y tuviera que fiarme de su palabra solo porque son de mi emisora.

Pero es indiscutible. He tenido que sacar mi transistor de la cámara y comprobar la sintonía en la IM. Mi brújula se iluminó en blanco y sus diales reaccionaron de la misma manera. Aún observo mi transistor que descansa sobre el escritorio. Pensé que encerrándolo en aquella cámara acorazada podría ignorar el advenimiento de la Transmisión. Solo lo había introducido allí hacía veinticuatro horas y, según lo que me han contado estos pendejos que se han colado en mi institución, ellos transicionaron a oyentes durante ese periodo. El transistor no me informó de lo que iba a suceder.

«Así que a eso juegas, ¿eh, Ojazos? ¡Me querías coger por sorpresa para que no planease nada inconveniente, pinche cabrón!».

Me vale madre. No importa. Lo primero es solucionar la situación actual.

—Bien, esto es lo que hay —les digo—. Ese anuncio solo puede ser percibido por aquellos que no tengan un enfoque agresivo hacia los inmigrados. Es una perturbación cognitiva, y Hastet, aquí presente, es la responsable.

Hastet ni les dedica un saludo, tan solo se sienta en el suelo con las piernas (o patas) cruzadas.

—Lo cual quiere decir que ustedes no albergan intenciones deshonestas hacia mis protegidos y que pertenecemos a la misma emisora. Comprenderán que, después de lo sucedido, tuviese mis dudas.

La fresa nerd vestida en traje azul, corbata de lunares y zapatillas con cámara de aire se acerca. Observo su americana forrada en chapas con eslóganes frikis. Si vendiera lo que lleva puesto podría alimentar a una veintena de inmigrados por una semana. Alternativa la pendeja, sí, pero en absoluto de clase media.

—Vinimos a buscarte. Necesitamos que alguien nos explique de qué va todo esto —dice ella.

—Supongo que, a estas alturas, se han topado con el locutor. Él les habrá explicado el asunto, ¿no? —pregunto.

—Sí, de forma somera —responde el que se llama Moses—. A ti también te hicieron la introducción, supongo.

—Oh, sí. Hace doscientos años. —¡Mierda!, no debí decir eso.

Se quedan estupefactos, por supuesto. Es comprensible. «No mames», estarán pensando.

—¡Órale, respiren! Sí, tengo dos siglos de edad —les digo.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora