EPISODIO 1, ESCENA 8: En la que Moses se enfrenta al "Caballo Ganador".

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El local es una caja de ladrillos esquinera del tamaño de mi apartamento con posters y pegatinas de ofertas en el escaparate y un cartel plastificado sobre la puerta que pone: «Cybercafé Munzilik. Internet y takeaway». Este es el negocio de Bijan, el eterno emprendedor y, también, el perdedor más sufrido de todo Laurens Street.

Entro en el establecimiento.

—¡Mierda! —El grito repentino me sobresalta.

Bijan se encuentra tras el mostrador. Es un hombre joven de cabello rizado que luce una perilla de dandi del siglo XIX y viste chaqueta de cuero. Su tez morena está surcada por el sudor y en su mano estruja un puñado de papeles mientras contempla ese viejo cachivache colgado del techo al que sigue llamando televisor. En esos momentos el canal deportivo retransmite carreras de caballos.

—¡Joder! —exclama—. ¡Joder, maldito Ahmed! ¡Me dijo que esta vez ganaría!

—¿Qué tal, Bijan? —saludo.

—¡Como la mierda, Moses, como la mierda!

—¿Mala suerte en las carreras?

—Y en la vida. ¿Te puedes creer que he apostado quinientos "pavos" por ese caballo? —Señala a uno de los cuadrúpedos que salen en la pantalla.

—Bijan, si tienes ganas de perder tu dinero, préstame algo para pagar los gastos del mes.

—Es que me dijo un tipo que conocía a otro tipo que era amigo del jinete, que la mafia había amenazado a los otros caddies para que le dejaran ganar. Así que me dije: «Yo apuesto por él y me saco un buen pellizco».

—Bijan, siempre estás echando pestes, pero lo que más me gusta de ti es ese optimismo que depositas en el futuro. Eso y cómo sobrestimas tus posibilidades.

—¡Eh, muerto viviente!, no me vengas con tus sarcasmos de abuelo.

Bijan siempre me llama muerto viviente. Y entiendo que mis vibraciones de Keanu Reeves con anemia le inspiren ese concepto, pero hoy no puedo evitar soltar una risita, pues esta vez, teniendo en consideración los sucesos de la noche anterior, sí que se está dirigiendo a un muerto viviente. Por un momento, mi cabeza abandona la conversación. Pensar en lo sucedido me provoca inquietud, aunque, sobre todo, intriga. Con esfuerzo, consigo volver a sintonizar mis oídos para escuchar las lamentaciones de Bijan.

—Algún día mi suerte cambiará —dice en ese momento. Bijan saca un llavero del bolsillo. Es un Hamsa, también denominado Mano de Fátima, básicamente porque es como una mano con un ojo en medio. Bijan piensa que le da suerte. De hecho, procede a darle dos ostentosos besos al llavero antes de volver a guardarlo en la chaqueta—. Sé que Allah me tiene preparado algo importante.

—Por lo que he leído, Allah cree que todos somos importantes —puntualizo.

—Me refiero a importante, importante. Ya sabes.

—Ya sé, ya sé.

—¿Vienes a publicar tus relatos y paranoias en ese blog que nadie lee? ¡A ver si instalas internet en casa!

¿Mi blog?, en este momento tengo cosas más importantes en las que pensar. Aunque ahora que lo menciona, sí necesito internet para otra cosa.

—Las redes están bien en pequeñas dosis. Para mí, una hora es más que suficiente.

—¿Vienes del pasado?, ¿te topaste con una tormenta cuando ibas navegando con tu piragua por el Nilo y, de repente, apareciste aquí?

—Sí, y entonces me dije: «Tengo hambre, voy a coger estas dracmas y comprar algo para almorzar en ese takeaway». Y desde entonces eres mi salvavidas en esta era aterradora y confusa.

Realidad modulada (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora