Érase una vez... un... ¿amor?

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Los últimos días las lluvias se habían duplicado. 

Solían llegar acompañadas de granizo, mismo que caía en ambas fuentes provocando un ruido estruendoso que disfrutaba escuchar; con el golpeteo de cada gota en los vidrios de las ventanas, el tiempo dejaba de correr, todo alrededor desaparecía... eran minutos maravillosos en los que me alejaba de toda preocupación.

Perdí la cuenta de las semanas que llevaba en ese lugar.

Había dejado de sentirme como una extraña viviendo con personas desconocidas.
Aunque lo que no había cambiado era que Jennifer fingía arduamente que yo no estaba en el mismo sitio... o quizá lo olvidaba, ya que su ausencia en casa rebasaba el tiempo que permanecía ahí. 

Aun así, eso no interfería con las conversaciones que mantuve con Ignacio y Bastian durante el desayuno, cada mañana. O con las pequeñas enseñanzas que Gabriela continuaba mostrándome cuando hablábamos, aunque ella no lo supiera. 

En mis momentos a solas, continuaba escribiendo en mi libreta palabras aleatorias, logrando conectar pocas oraciones, pero el desorden era mi orden, solo así lograba entenderme. Llamaba a mi madre, quien a cada minuto parecía tener otra novedad en su persona de la que yo no había sido consciente mientras vivíamos bajo el mismo techo. Incluso podía asegurar que la extrañaba. 

Aun existían cosas que estrujaban mis pensamientos, impidiéndome permanecer normal  la mayor parte del tiempo, pero seguía ocultándolas en ese baúl escondido en lo más profundo de mi mente, de esa forma no interfería con lo que recién nacía en mi presente.

—Vannesa —Christina entraba a mi habitación mientras terminaba de colocar las cobijas—. Yo... llamaré a mi colegio para terminar un trámite inconcluso de hace algunos meses. Cuando termine podemos comer algo, ¿está bien?

—Sí. Casi acabo aquí. Estaré en la cocina mientras terminas —respondí.

Caminó de vuelta a su habitación, en el instante en el que el sol decidía esconderse nuevamente esa tarde. Ella había vuelto a hablar conmigo.

Después de esos casi 6 días lejos una de la otra, donde el tiempo avanzó con lentitud al terminar mis deberes, volvíamos a intercambiar palabra. 

No había intentado acercarme a ella a lo largo de esa semana. Si algo entendía bien era el hecho de querer tiempo a solas sin necesidad de dar explicaciones a otras personas. Mi padre también entendía eso, no presionaba, no insistía. Daba espacio cuando mi madre o yo tomábamos unos minutos en la habitación, o fuera de casa, buscando dejar ir las sensaciones incómodas/molestas. 

—¿Todo está bien? —preguntó.

Comíamos en silencio. Una vez más me encontraba perdida en mis pensamientos. Quería evitarlo, pero la mayoría de las veces no era posible.

—Sí. Yo... pensaba en mi padre —entonces recordé la conversación de la noche anterior—. Mi madre dijo que él intentaría enviarnos un obsequio, después de investigar cómo hacerlo, claro.

—Es un lindo detalle —movió el plato frente a ella, a un lado—. Tu padre parece ser una persona agradable, y de buen corazón... igual que lo eres tú.

—Gracias —fijé la mirada en el cubierto que ahora sostenía nerviosamente—. Él... lo es. En verdad extraño pasar tiempo con él.

Amistar con chicos no había sido parte de mis planes, me resultaba incómodo estar cerca de ellos, pero hacer actividades con mi padre, hablar con él o solo mirar televisión juntos, era de los pocos momentos en los que disfrutaba estar con alguien que no fuera Allison. Eso era lo que extrañaba.

No puedes elegir de quién te enamorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora