Un brillante y hermoso día despertaba afuera. La brisa de aquella mañana invitaba a cualquiera a dejar escapar una sonrisa acompañada de una placentera exhalación.
—Hola, Vanne —dijo en voz baja. Comenzó a abrir los ojos mientras buscaba mi mirada— ¿Qué hora es?
—Temprano —respondí—, pero he venido a decirte que Gabriela me ha pedido comprar algunas cosas, así que tengo que ir...
—Iré contigo. Dame unos minutos —dejó la cama de un salto para dirigirse a su baño.
Me tomó por sorpresa su respuesta, pero ya que tomaba duchas rápidas, intenté asear lo más apresurado que pude, alejando así las dudas que intentaban llegar.
—Podemos ir en mi auto. ¿A dónde iremos? —preguntó entusiasmada, una vez que cerró la puerta tras de sí.
—Al supermercado, creo... ¿Bastian no debería ir con nosotras?
—No lo sé. Vayamos a almorzar, y preguntémosle.
Resultaba extraño pensar que Gabriela me hubiera pedido a mí realizar lo que normalmente Bastian hacía, pero, tal como le había dicho, yo estaría disponible siempre que necesitara algo. No me molestaba la idea de ayudar si me lo pedían, lo cual era nuevo en mí, siendo que en casa jamás estaba de acuerdo con ir de compras por mi cuenta, ni siquiera con mi madre. Era otra razón por la que solíamos discutir algunos días.
—Bastian ha ido a correr —respondió Gabriela—. Le permití salir el día de hoy... por segunda vez. Parecía un poco tenso.
—¿Lo ves, Vanne? —me dijo Christina—. Vayamos nosotras, no te preocupes.
—¿Acompañarás a Vannesa, Chris? —Gabriela sonaba sorprendida, pero su vista permanecía en los vegetales que ahora preparaba.
—Claro. No me gustaría que fuera sola.
—Entonces vayan, no tarden —buscó en la bolsa de su uniforme una nota que después me entregó—. Esto es lo que necesito que traigan.
—Vamos —respondió Christina—. Yo conduzco —atravesó la puerta y bajó las escaleras.
Como otras veces, únicamente la seguí.Su auto era un sorprendente modelo FIAT, color plata, de los más pequeños que había visto alguna vez, totalmente adecuado para ella. Y, contrario a la seriedad que mostraba ese vehículo, en el interior descansaba un peluche de tortuga en el tablero, acompañado de un aroma dulce proveniente del pequeño aromatizador con forma de alga marina. Incluso sus llaves tenían una pequeña pecera de plástico que ondeaba con el movimiento de las llantas a través de las calles.
Llegamos al supermercado en cuestión de minutos. Intenté recordar la última vez que había recorrido pasillos buscando productos de limpieza, de aseo personal, comestibles. Pero tal parecía que había pasado demasiado, pues ni siquiera estaba segura de cuándo había sido.
Cada cosa en la lista fue introducida en el carrito que Christina desplazaba con ánimo. Quizá estaba feliz de salir de casa, aunque hubiera sido solo un momento para hacer las compras. Hacía conversación conmigo cada vez que podía, aunque en realidad parecía más una sesión de preguntas que, a pesar de resultarme extraño, respondía sin dificultad.
Incluso preguntó después sobre mi padre, en qué consistía su trabajo (yo no sabía con certeza a qué se dedicaba, nunca tuve interés en preguntar), o por qué yo no había ido a visitarlo desde que se había ido.
—Le temo a las alturas —respondí—, no podría subir jamás a un avión.
—Imagino que hablas con él, por lo menos, ¿cierto?
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No puedes elegir de quién te enamoras
RomanceEn un intento por distraer la antipática relación con sus propios pensamientos, Vannesa consigue un empleo inesperado como último recurso para abandonar su depresiva rutina. Ahí conocerá a Christina. En su compañía, logrará desenmascarar aquello de...