Carga Mental

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Como una capa invisible que me abrigaba con despreocupación, mi mente estaba cubierta por una fría, espesa y casi cegadora indiferencia. 

Parecía haberse desactivado el miedo en mi corazón, la tristeza... al despertar esa mañana a la derecha de mi mejor amiga. 

Christina y yo hablábamos con menor frecuencia. 

Incluso en las tardes que la recogía después del colegio la atmósfera en el auto estaba llena de silencio. Los días avanzaban, las noches llegaban una y otra vez, una semana, dos semanas... resultó increíblemente sencillo estar en el mismo espacio sin siquiera mirarnos a los ojos. 

Gabriela me había hecho saber que el cumpleaños de Andrea estaba cerca, no estaba segura de que ella pudiera tener tiempo, pero planeaban hacer una reunión en casa, esperando que todos nosotros fuéramos parte de la celebración. 

—Tu hermana estará ahí, ¿cierto? —pregunté, mientras jugaba con Peter, y los nuevos juguetes que llevaba consigo. 

—Así es —la puerta se abría en ese momento, la recepcionista ocupaba su lugar después de haber tomado un breve receso—. ¿Puedo preguntarte algo?

—Lo que quieras —devolví una sonrisa a Peter mientras él arrojaba su pequeño soldado al otro lado del pasillo. 

—¿Me dirías qué sucede entre Christina y tú?

—¿Por qué no se lo preguntas a Lucía? 

Percibí preocupación en su silencio, pero no tuve interés en ayudar a disiparlo. A lo que respectaba sobre ellas dos, estaba indispuesta a hacer conversación. 

—Vannesa —Adam me llamaba desde la puerta—, puedes pasar. 

—Jugaremos después, ¿está bien? —Peter asentía despreocupado mientras le entregaba sus juguetes. 

Tomé asiento en el cómodo sofá color marrón dentro de ese cubículo que parecía haber visitado ya al menos 10 veces, aunque nunca sintiéndome de esa manera. 

—Comencemos, ¿te parece bien? —preguntó. 

—Adelante. 

—La semana pasada hablamos —hojeaba su bloc de notas, como en otras ocasiones—, de cómo te sientes desde que tus padres no están aquí. 

—Cierto —respondí, casi permitiendo que mis palabras fluyeran sin pensar—. Los extraño, pero si ellos están juntos ahora, me parece un peso menos para los 3. Yo estoy bien aquí. 

—¿En serio? Anteriormente me dijiste que te gustaría entender tu miedo a las alturas para poder abordar un avión...

—Lo sé. Pero han cambiado algunas cosas en estos días. Me he sentido diferente. 

—¿Qué cosas?

—Christina y yo terminamos. 

Adam debió estar confundido por mi respuesta, pero nunca demostraba más allá de su atenta mirada a las palabras que yo decía. 

—¿Quieres decirme cómo sucedió?

—No —respondí—. No hay nada qué decir al respecto. Ella ahora está acompañada por alguien que es, seguramente, mejor que yo en muchos aspectos. A decir verdad... —la duda llegaba como remolino—, no tengo idea de qué es lo que me retiene en esa casa.

—Vannesa... me parece que estás yendo demasiado rápido con lo que supones. 

—Hace dos noches —continué—, confirmé lo que había sospechado sobre la dirección escrita en la lista de mi madre. 

No puedes elegir de quién te enamorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora