Sin secretos

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Poco a poco se estabilizaban las cosas, al menos en casa.

Arturo disminuía la carga de trabajo para Gabriela y se aseguraba de que todos tuviéramos comida en la mesa a diario. Se adaptó increíblemente a esa rutina una vez que llegó con su equipaje al día siguiente de haber hablado con nosotras.

Andrea comenzó a llegar nuevamente por la mañana, y, a pesar de que era grandioso que su trabajo dejara de demandarle tiempo completo, aun debía permanecer en su bufete toda la noche, por lo que únicamente llegaba a descansar cuando el sol apenas salía detrás de los árboles.

Jennifer se encerraba en su habitación prácticamente todo el día. Eran ocasionales los momentos en los que se encontraba en el comedor o en la estancia, así que solo la veíamos en los pasillos las noches que Andrea no estaba ahí. No era difícil darse cuenta de que seguía molesta con su madre por lo que ocurría entre Christina y yo, pero incluso durante varios días parecieron desaparecer las asperezas entre ella y nosotras. 

Christina volvió al colegio, pero, por órdenes de Andrea (mismas que secundé), mientras continuaran apareciendo sus dolores de cabeza, no conduciría, si no que Arturo la llevaría por las mañanas, y yo pasaría por ella al final de sus clases. 

Todo marchaba sobre ruedas en cada aspecto, excepto por uno. La distancia entre Allison y yo pronto se volvió difícil de soportar. Ella había vuelto, pero habían sido limitados, estresantes y raros los minutos que habíamos compartido desde entonces. No podía seguir así. 
Decidí visitarla una tarde, al haber concluido mis tareas en casa, las cuales se habían duplicado. Por esa ocasión, no tomé prestado uno de los autos, supuse que Allison podría llevarme al colegio de Christina más tarde. 

Caminé alrededor de 30 minutos hasta esa calle. Supe que era mejor no hacerle saber que me encontraba en camino. Intenté comunicarme con ella desde la última vez que nos vimos, pero continuaba desviando mis llamadas. 

Al subir las escaleras del edificio, llamé a su puerta un par de veces hasta que por fin abrió.

—Vannesa... —parecía haber salido de la ducha— ¿Qué haces aquí? 

—¿Puedo pasar? —la miré, solo para notar que su expresión de incomodidad luchaba por no ser vista. 

—Desde luego —respondió. 

Me invitó a tomar asiento en su sofá. Ella lo hizo también. Suspiró casi queriendo ocultar que no tenía interés en hacer conversación conmigo.

—Allison, ¿por qué continúas haciendo esto? —pronto me entristeció la frialdad que tenía hacia mí—. No respondes mis llamadas o mensajes. ¿Qué sucede?

—Necesitaba un poco de espacio —ahora notaba que el ambiente comenzó a tensarse con cada palabra que decíamos. 

—¿Espacio? ¿De qué? Sabes que puedes contarme cualquier cosa —tomé su mano—. Soy yo. Tu mejor amiga. Por favor, dime qué sucede. 

—Vanne... —me miró a partir de ese momento—, necesitaba espacio de ti. Tenía que pensar. Creí que también tú debías hacerlo. 

—¿Por qué dices eso? 

—No he logrado entender por qué... —parecía confundida—, me besaste. 

—¿Qué? —mis latidos subieron con rapidez a mi garganta—¿De qué hablas?

—Sabía que no lo recordarías. Pero yo sí lo hago —se puso de pie para dirigirse a su mini bar en la cocina.

—Nunca sucedió eso —respondí, después de algunos minutos. 

—Sucedió. La última vez que estuviste aquí.

Entre el ruido ahogado del trago que servía, intenté hacer memoria sobre ese día.
Me recordé sintiendo plena tranquilidad, la música. Recordé cuando afuera comenzó a obscurecer, ambas bebiendo, hablando... pero no podía recordar mucho después de eso. Aun así, sabía que ella nunca me había mentido, y no creí que en ese momento estuviera haciéndolo. 

No puedes elegir de quién te enamorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora