"Eres mi mejor amiga, Allison..."

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Nos convencimos de que el dolor que había aquejado a Christina durante esos días, era producto del estrés que comenzaba a raíz del colegio, de la situación en casa, y, probablemente, de cosas que ella no mencionaba, pero que comenzaban a tener consecuencias. 

En realidad lo supimos ya que Andrea, en una de sus llamadas nocturnas desde su despacho, nos explicó que Christina solía tener dolores de cabeza cuando se enfermaba, cuando estaba demasiado molesta o cuando alguna situación la superaba. Hablando de cómo habían sido más intensos, pero menos frecuentes desde la muerte de Edric. 

Gabriela escuchó con atención las palabras de Andrea, y percibí un ligero cambio en sus gestos. Primero creí que se trataba de una especie de comprensión en silencio, aunque, dada la relación que tenía con Christina, yo dudaba que no supiera desde hacía tiempo cómo se sentía realmente o de dónde provenían sus molestias, así que entendí que lo que había mostrado era alguna clase de reacción donde decía que se identificaba con lo que Andrea mencionaba. Confirmando lo que yo había supuesto tiempo atrás: sus idas con un terapeuta se relacionaban con su sintomatología física. Y, lastimosamente, solo ella sabía lo profundo del daño que aquello le provocaba. 

Christina no se sentía cómoda con la idea de que un médico la atendiera, su madre lo sabía, quise creer que Gabriela también, quizá era una de las razones por las que Christina no había insistido en que Gabriela viera a un médico aquella tarde que lucía cansada, enferma.

Tuve que ser paciente durante esas eternas 48 horas, pudiendo hablar con ella solo unos minutos al día. Sus ojos cansados intentaban mirarme con su usual alegría, pero no lo lograban. Sin embargo, sonreía para ella a cada minuto. Quería que supiera que yo estaba ahí.

No veía a mi mejor amiga desde el día en el lago. 

Quería hacerlo, sin duda, pero no podía salir de casa mientras Christina no estuviera mejor. Temía que pasara algo peor y yo no estuviera ahí.
Sin embargo, Allison insistía en verme. Estaba preocupada. No sabía lo que estaba sucediendo. Tanto tiempo había deseado poder verla de nuevo, y ahora que tenía la posibilidad, la estaba desechando. Pero no fue hasta que Gabriela escuchó que estaba en una llamada con ella, que cambié mi parecer. 

—Vanne —se acercó una vez que colgué la bocina del teléfono que se encontraba en la habitación de Christina—. En verdad creo que deberías salir. Yo cuidaré de Christina.

—Quiero estar aquí con ella —sentada en una silla cerca de su cama, no dejaba de mirarla—... lleva casi 3 días así. 

—Estará bien. Ya escuchaste a Andrea. Yo estaré cuidándola. Ve —tomó mi mano llamando mi atención—. Confía en mí.

A pesar de la intensa preocupación que mi mente había mantenido día y noche, bastó con mirar a Gabriela un par de segundos para que todo aquello disminuyera. Confiaba en ella.  

Así que, dejando escapar un pesado suspiro, y silenciando cada duda que pude haber tenido, devolví la llamada a Allison. 

Me despedí de Christina con un beso preocupado en su tibia mano. 

Allison me llevó a su apartamento, en el segundo piso de aquel edificio de 8 niveles.
Agradecí que ella no se encontrara mucho más arriba. Y, contrario a lo que recordaba de su casa en años anteriores, me sorprendió el orden que mostraba la vista una vez que abrió la puerta. 

—Adelante, Vanne. Serviré algo para las dos. 

La iluminación otorgada por la luz del día chorreaba en cada rincón de la sala. 

Absorbí visualmente todo lo que podía ver, pequeñas macetas con hermosas plantas descansaban en la ventana, en una esquina cerca del sofá, incluso en la puerta de entrada que dejábamos atrás; un equipo de sonido en uno de sus muebles rústicos, un pequeño comedor que parecía hecho de cristal, y 3 habitaciones casi al final de la sala. 

No puedes elegir de quién te enamorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora