Mi nuevo hogar

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Tocaron a mi puerta con avidez, interrumpiendo los pequeños destellos del sueño que comenzaba a tomar forma en mi mente.

Mis párpados se negaron a moverse un solo centímetro mientras escuchaba del otro lado: "Vannesa, necesito salir a comprar algunos libros. Espero no sigas en cama cuando vuelva".

Mientras seguía repasando en mi cabeza lo que había sucedido el día anterior, mi cuerpo luchaba por recobrar la energía que se ausentaba totalmente por las noches.

¿Debería ir? Quizá aparezca alguien más el día de hoy buscando el empleo.

Equilibré en una balanza mental mis opciones: por un lado podía elegir cumplir una rutina que ya conocía, una en la que mis energías disminuían un poco más cada día, en la que guardar ese secreto del tamaño de mi pecho mantenía mi irritabilidad al máximo provocando discusiones sin fin con mi madre; y, por el otro lado, podía ir a casa de Andrea y fingir que realmente estaba interesada en el empleo, vivir en un sitio del que no sabía nada, intentar crear un cambio en mi día a día con personas desconocidas, mientras tomaba tiempo y distancia de lo que gritaba en mi habitación cada noche...

La respuesta no tardó en hacerse notar.

Llené 2 maletas con ropa, audífonos, y mi teléfono celular. Una voz en mi cabeza repetía que hacer eso no podía ser una buena idea, probablemente Gabriela le habría dicho a Andrea que yo había estado ahí por error y rechazarían mi llegada. Intenté no escuchar esas palabras, no era la primera vez que esa molesta voz me hacía mirar todas las posibles situaciones que saldrían mal, pero ya no tenía nada más que perder.

En el comedor, bebiendo aquella última taza de café, escribí una nota a lápiz en una hoja de mi libreta:

Madre

Lamento lo que ha pasado las últimas semanas. Me he sentido inaccesible, y temo que eso no va a cambiar pronto. No puedo seguir con nuestras peleas.
Te quiero, siempre será así. Pero por ahora, me iré un par de días. No estaré lejos.
Prometo llamarte de vez en cuando. Por favor, no te preocupes por mí. Necesito hacer esto.

Vannesa

Al dejar atrás ese hogar que hace tiempo no sentía mío, fue como si, a cada paso que daba, la tensión y hostilidad que parecían no tener fin en el pasado comenzaran a ceder. Me acercaba a un terreno desconocido, donde explotaría mi nula capacidad de relacionarme con los demás. Pero incluso eso parecía mejor que continuar hundiendo mi cuerpo en la tristeza de mi habitación.

Esta vez, no tuve problema en encontrar a Gabriela en el jardín.
Hablaba con alguien más que pronto caminó atravesando los arbustos, pero no pude mirar su rostro desde esa distancia. Ella me miró con asombro al notar que estaba ahí, y, con su hospitalaria amabilidad, me invitó a pasar.

—Me alegra que hayas llegado, Vannesa. Comenzaba a preguntarme si lo harías.

También yo, pensé.

—Te ayudaré con tus maletas.

—No, está bien —rechacé tranquilamente—. Yo puedo llevarlas.

—Muy bien, pero al menos permíteme ofrecerte un vaso con agua, imagino que habrás caminado un largo trecho desde casa.

Llegamos al vestíbulo, y, justo como el día anterior, sentí esa rara satisfacción al estar dentro.
El ver la puerta cerrada tras de mí, aminoraba la sensación de pesadez en mi pecho. Pocas veces en el pasado había sucedido algo así al encontrarme en un sitio nuevo. Con mi respiración acelerada por la caminata bajo el sol, bebí el agua hasta terminarla.

No puedes elegir de quién te enamorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora