Algunos días después de mi cumpleaños, una noche no pude dormir.
Había estado dando vueltas en cama recordando a mi padre. Recordando cada vez que solía escucharme cuando yo me decidía a hablar de mis problemas en el colegio, de lo estresante que me parecía escuchar a los profesores los mismos días a la semana, mes con mes; era difícil abordar el tema con mi madre, únicamente se mostraba disgustada al escucharme decir que no era eso lo que yo quería, pero mi padre me miraba atento mientras hablaba. Gracias a él, terminé por decidir que no quería estudiar más.
En esos meses, él comenzaría a tener reuniones virtuales, por lo que fue necesario enseñarle a utilizar la computadora que su trabajo le había proporcionado, una laptop color azul marino. Aprendió a encenderla, a enviar correos, a conectarse a sus reuniones y a navegar por la red. Aunque cada cierto tiempo olvidaba cómo hacerlo, y empezábamos de nuevo con las pequeñas lecciones.
En mi tiempo libre, comencé a escribir pequeñas historias en uno de mis cuadernos, solo para mí, no permitía que nadie más las viera. Me gustaba leerlas a solas, escribir otras, mezclar esas palabras con música en mis audífonos... fue mi rutina la mayoría de las tardes.
Y, más tarde, pasada la medianoche, mi padre y yo salíamos en bicicleta. Era el horario perfecto para recorrer las calles, sin personas, sin automóviles, sin ruido. Solo nosotros, y el viento que corría a nuestro lado.
Todo había cambiado desde que le informaron que debía ir a España por un tiempo, y, como si su ausencia hubiera acarreado problemas, ocurrió aquella situación que me obligó a no salir más de casa...
...no quise pensar más.
La luz de la cocina estaba encendida. Pensaba que quizá un refrigerio ayudaría a dispersar mis recuerdos y permitirme dormir, pero al abrir el refrigerador mi estómago pareció sentirse incómodo. Únicamente serví agua en un vaso.
Notaba lo fácil que mi mente viajaba ausentándose de todo alrededor, pues solo cuando comencé a beber el agua me percaté de que Andrea estaba ahí.
Por un segundo pensé en dar la vuelta y volver a mi habitación, pero no lo hice. Ella se limitó a sonreír para después invitarme a tomar asiento frente a ella.Dio un sorbo a su café mientras hablaba acerca de mis nuevos sombreros, añadiendo que se veían "adorables" en mí, cada día que los usaba.
—En realidad, Christina me los obsequió por mi cumpleaños —respondí.
—¿Ha pasado tu cumpleaños ya? Debiste comentarme.
—No, yo... realmente no me gustan las sorpresas o regalos. Pero Christina insistió en obsequiarme algo.
—Entonces los sombreros...
—Oh no. No me malentiendas. Me encantaron. Christina fue muy linda al darme un regalo... quiero decir, muy amable —desvié mi mirada—, son... lindos.
—Realmente lo son.
¿Sabes, Vannesa? —bebí de mi vaso con lentitud mientras la escuchaba—. Gabriela mencionó hace un par de días que ha notado distinta a Christina...¿Distinta? ¿A qué se refería? Temía que estuviera a punto de reprenderme por algo que hubiese causado mi presencia en su casa.
—... más abierta y alegre últimamente —continuó—. Creo que le gusta que estés aquí. Y... eso me alegra también a mí.
Era la primera vez que había entablado una conversación con Andrea de más de dos diálogos, y el escucharla hablar de Christina me parecía extraño, aunque no de una forma negativa, sino que también era la primera vez que hablaba sobre su hija conmigo. Me sentía fuera de lugar con el tema, así que decidí cambiar un poco el hilo de la plática.
—¿Cómo van las cosas en tu trabajo? —pregunté.
—Bastante bien—notaba mi cambio repentino, pero al igual que su hija, no me inundaba con preguntas o comentarios—. Incluso he planeado un viaje nuevo para Jennifer. Necesito que se encargue de unos asuntos en París, no puedo hacerlo yo misma por ahora. Y espero que Christina se sienta mejor para poder continuar con sus estudios el semestre entrante.
Pero, dime, ¿Cómo te has sentido en casa?—Entiendo, yo... me gustar estar aquí —comencé a mover mis dedos nerviosamente alrededor del vaso—, todos son amables conmigo. Me he sentido tranquila. También visité a mi madre hace algunos días, y... todo es... todo está bien ahora.
—Me alegra escucharlo —bebía de su café nuevamente—¿Todo en orden con tus pagos?
—Sí, gracias. Agradezco poder ayudar a mi madre también de esa forma.
—Pienso lo mismo. Y, ¿por qué te has levantado a esta hora?
—Creo que es insomnio. No es importante. Mañana dormiré mejor. Y... tú, ¿por qué estás aquí tan tarde?
—Supongo que me he acostumbrado a dormir poco. Es así cada vez que mi trabajo disminuye.
—Espero que los días siguientes duermas mejor. Como tus hijas, una vez que se quedan dormidas no despiertan hasta la mañana del otro día. Me atrevo a decir que Christina podría dormir incluso por más horas sin problemas, como un bebé.
—Tienes razón —reímos juntas—, me he acostumbrado a su sueño prolongado... —me miró durante unos segundos intentando formular el siguiente comentario—. Estoy segura de que cuando logres encontrar al chico indicado, su madre te considerará una nuera agradable. Eres una persona gentil, y es fácil hablar contigo, entablar una conversación, quiero decir —después sonrió, y, casi son sarcasmo, dijo: Lástima que no tengo varones.
—Gracias —respondí apenada—, eso... creo —tomé lo que quedaba en mi vaso con rapidez y me despedí de ella—. Bueno... creo que intentaré dormir de nuevo. Te veré mañana.
Definitivamente, ese había sido un comentario un poco incómodo. Mejor dicho, muy incómodo. Pero lo olvidé por completo una vez que me quedé dormida. Y no lo recordé hasta mucho, mucho tiempo después...
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No puedes elegir de quién te enamoras
Любовные романыEn un intento por distraer la antipática relación con sus propios pensamientos, Vannesa consigue un empleo inesperado como último recurso para abandonar su depresiva rutina. Ahí conocerá a Christina. En su compañía, logrará desenmascarar aquello de...