Ella y yo

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A diferencia de otras veces, donde la incomodidad por un mal presentimiento emigraba con facilidad, esta vez parecía no querer irse.

Casi parecía clavarse con fuerza en cada uno de mis latidos, por más que quisiera olvidarlo.

Christina era buena para mejorar mi ánimo, para ayudarme a entender las cosas, y para notar los cambios en mí, por mínimos que éstos fueran, respecto a cómo me sentía.

—Has estado así desde el jueves pasado, Vanne.

—¿A qué te refieres? —sentadas una frente a la otra, continuaba nuestro juego de cartas.

—Por favor —me miró como solo ella sabía hacerlo—, creo que llevamos bastante tiempo viéndonos a diario como para no notar cuando algo te sucede.

—No es nada, solo... me he sentido algo extraña. Es como... si algo fuera a pasar.

—Algo... ¿sobre qué?

—No lo sé. Solo tengo esa sensación. Trato de no darle importancia.

—Tranquila, lo que sea que pueda ser, estaremos juntas. ¿Está bien?

—Sí, está bien. Aunque, deberíamos jugar algo diferente... —me miró desconcertada—, porque nuevamente he ganado.

Lancé la última carta con la que mi racha de buena suerte continuaba. Christina había tardado solo un par de días en enseñarme a jugar, y ahora era raro que pudiera superarme.

—Me impresionas, Vanne. Debo admitir que te permití ganar las primeras veces —dejó las cartas sobre la mesa—, pero ahora no logro ganarte una sola vez.

—Aprendí de la mejor —extendí mi mano invitándola a venir hacia mí.

Ella se levantó mientras me ofrecía su mano de vuelta.
Al llegar a mí, se inclinó regalándome un beso, siempre acompañado de su encantadora sonrisa, que me elevaba a lo más profundo del cosmos, haciéndome olvidar cualquier otra cosa que no fuera ese momento, como si no hubiera nadie más en la galaxia, solo ella y yo.

—Te quiero, Vanne —murmuró—. No creo poder dejar de hacerlo.

—No lo hagas —respondí—, por favor.

Esa tarde ella tenía una cita en el colegio, necesitaba terminar el papeleo pendiente antes de comenzar sus clases; me hubiera gustado acompañarla, pero al parecer no se permitía el acceso a personas que no fueran parte de la comunidad estudiantil... o docente.
Tenía que esperar en casa.

Me pareció que Bastian e Ignacio no se encontraban en casa. Sabía que pronto visitarían a su familia, pero también sentía cierta preocupación debido a eso.

Cerré la puerta de mi habitación, y me dispuse a descansar un momento mientras trataba de encontrar respuesta a mi preocupación.  

Mi imaginación no escatimaba en lo que sabía hacer: llenarme de miles de pensamientos, tratando de explicar lo que sentía. Dormité algunas veces, pero no logré un sueño completo. Tenía pequeños destellos de mis momentos con Christina, la primera vez que tomé el libro que nos acompañaba desde el día de mi cumpleaños, mirar sus ojos descansados por la mañana, el contorno de su sonrisa cada vez que me miraba... incluso recordé a aquel compañero de clase en el cine, y, por extraño que resultara, pensé también en su hermana, en cómo lograba desconectarse de su familia con facilidad, ¿realmente no podía ver la suerte que tenía?
Mientras sus cuentas bancarias estuvieran llenas, su conciencia estaba tranquila.

Christina no era de esa manera. Cualquiera podría decir que ella lo tenía todo, siempre había sido así, pero, como muchas veces me dijo, el dinero no pudo llenar el vacío que causó la muerte de su padre, o el cómo se sentía al descubrir su orientación sexual y no tener a nadie con quién hablar sobre eso. Para ella solo era necesario hacer uso de él en alguna emergencia, o para ayudar a otras personas, pero no lo consideraba importante. Su padre le había enseñado eso.

No puedes elegir de quién te enamorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora