Días después de aquel encuentro incómodo en casa, volvimos a la rutina que acostumbrábamos.
Con la novedad, por supuesto, de que ahora Lucía estaba ahí.
Por más extraño que pueda sonar, la tensión en el aire no había disminuido, al menos no para Gabriela y para mí. Inclusive en los momentos donde nos encontrábamos en el mismo espacio, ninguna estaba segura de lo que quería decir.
Lucía pasaba gran parte de la mañana y la tarde afuera, en el jardín delantero, en el jardín trasero, y, finalmente, en la cocina ayudando a Arturo o en cualquier otro lugar de la casa, con Gabriela.
La habitación que ella usaba estaba abajo, cerca de su hermana, aunque no recordaba cómo era, pues solo había entrado una vez, el primer día que recorrí la casa de arriba abajo.Allison continuaba enviándome textos para no perder comunicación, me daba gusto que, al menos con lo que estaba pasando, nuestra amistad se mantuviera intacta.
La llamé una mañana, no pudiendo evitar los pensamientos intranquilos sobre cómo podía estar sintiéndose, y no me equivocaba. Ella sonaba tan triste, tan ausente de la pequeña conversación que habíamos logrado articular, que no fue difícil entenderlo... yo no tenía corazón para dejarla atravesar sola por lo que sucedía. Aun teníamos mucho de qué hablar, sobre nosotras, sobre Lucía. Me impacientaba la espera aguardando por ese momento.
Esa última semana de octubre, mi cuarto mes junto a Christina estaba pronto a cumplirse.
No me había permitido olvidar la fecha nuevamente. Jamás dejaría de ser importante el recordatorio mensual sobre lo más hermoso que pudo haber pasado en mi vida.Con la ausencia prolongada de Andrea en casa, era lógico que no estuviera al tanto de la llegada de Arturo, y la posible relación entre él y su hija mayor, o sobre el inesperado giro que había causado en casa la presencia de Lucía.
Y no parecía que alguien quisiera hacérselo saber.Al encontrarse Christina en el colegio, una mañana decidí posponer mis labores e ir con Allison. Mientras atravesaba la puerta hacia el jardín, observé a Lucía a lo lejos. ¿Debía decirle algo? Quise convencerme de que lo mejor era solo subir al auto e irme. Pero no podía apagar mi curiosidad, así que casi sin pensarlo me acerqué a ella.
—Lucía, hola, buen día. ¿Qué tal...está todo?
Estaba en cuclillas sembrando algunas semillas. En cuanto me acerqué, miró hacia arriba a encontrar mi mirada y enseguida se levantó. Solía trabajar afuera usando pequeños shorts y un par de tenis. Las blusas que usaba, en su mayoría, solían ser cortas, la piel de sus brazos se mantenía descubierta... parecía invitar a cualquiera a mirar centímetros debajo de su cuello.
—Hola, Vannesa. Todo está en orden, gracias. Me encanta el contacto con las flores, la tierra y esas cosas. ¿Qué hay de ti? ¿Pensabas salir? —estar frente a frente con la persona causante de lo que sucedía con Allison, me hizo sentir incómoda... molesta.
—Sí, yo —desvié la mirada, cubriendo mi rostro del sol— ... solo por un par de horas. Volveré pronto.
—Entiendo —se acuclilló nuevamente, continuando con lo que hacía—. Saluda a Beatriz de mi parte cuando la veas, ¿quieres?
Subí al auto que me había acostumbrado a manejar cuando debía salir.
El único de color negro que se encontraba en el estacionamiento; dentro había dejado uno de los sombreros que Christina me había obsequiado, el sol era muy insistente si me encontraba conduciendo.
Había estado recibiendo llamadas de un número desconocido, al principio imaginaba que se trataba de una equivocación, pero los días pasaban y la insistencia de ese número por buscarme, permanecía. Si no podía observar la marcación de España en esas llamadas, no tenía interés en atender.
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No puedes elegir de quién te enamoras
RomanceEn un intento por distraer la antipática relación con sus propios pensamientos, Vannesa consigue un empleo inesperado como último recurso para abandonar su depresiva rutina. Ahí conocerá a Christina. En su compañía, logrará desenmascarar aquello de...