Gabriela

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Aquella mañana, desperté cuando una corta pesadilla, que había eclipsado mi sueño, finalizó.

Nuevamente, mi mirada iba de un lado a otro de la habitación, intentando reconocer el lugar.

Mi respiración agitada me invadió al recordar lo que había empezado el día anterior. El empleo, la casa, incluso la lluvia al atardecer.

Pero antes de poder aclarar esos incómodos pensamientos, tocaron paulatinamente a mi puerta.

—Hola, Vannesa. ¿Me permites pasar?

Gabriela me miraba paciente esperando mi respuesta una vez que abrí. Desde luego asentí, ofreciendo que entrara.

—Quisiera que hablemos... —comenzó—, ayer no lo comenté porque esperaba estar segura de que realmente aceptarías el empleo, y... que te quedarías.

—Lo sé —respondí—. Lamento haber mentido... y lamento que mi habitación aún esté... desordenada... continuaba dormida.

—Descuida —tomó asiento en una silla que no había notado que ahí se encontraba—, no quise despertarte. Y, no quiero hablar sobre por qué accediste a quedarte, aunque lo agradezco nuevamente.

—¿De qué se trata, entonces? —me senté también, frente a ella, en el lateral izquierdo de la cama.

—Es sobre Christina.

El escuchar su nombre causó que, una vez más, mi corazón agitado intentara llamar mi atención, pero no quise escucharlo.

—¿Qué pasa con ella? —pregunté.

—Ayer me dijo que se sentía... —interrumpió su oración al no encontrar palabras adecuadas para expresar lo que intentaba decir—, bueno, inquieta, por tu llegada.

—¿Por qué lo está? —el palpitar en mi pecho creció. Aparentemente ambas estábamos incómodas con lo que había pasado. Recordar la sensación que tuve cuando la vi devolvió el malestar a mi mente.

—No me malinterpretes. Es solo que... ha estado muy apartada, últimamente. Y me preocupa. Desde que no asiste al colegio, no habla con otras personas fuera de casa.

—Y... ¿por qué se siente así conmigo? —insistí.

—No lo sé. Probablemente no esperaba que alguien de su edad apareciera por aquí. Lo que intento decir es que... me gustaría que pudieras acercarte a ella.

—¿Acercarme a ella? ¿Por qué debería?

—Ella necesita alguien con quien hablar. Y... me parece que tú también.

—No es así —moví las piernas aceleradamente, buscando desaparecer la incomodidad proveniente de esos inquietos recuerdos donde me miré a mí misma sola, en mi habitación, sin tener contacto con las personas. 

—Entonces, dime, ¿por qué llorabas el día que nos encontramos afuera?

No pude mirarla más a los ojos. Probablemente tenía razón. No había hablado con nadie en mucho tiempo. No quería continuar con los pensamientos que entorpecían mi concentración. También necesitaba un amigo. Alguien con quién hablar. Alguien que alejara la soledad que se había convertido en mi única compañía.

Gabriela parecía haber escuchado las palabras que pasaban en mi mente en ese momento, porque simplemente se acercó y me ofreció un cálido abrazo.

Al no contener mis pesadas lágrimas, me di cuenta de que aún cargaba con un dolor en mi pecho tan grande, que podía ser capaz de hacerlo estallar. Y por eso es que evitaba a toda costa ver aquello que, aún sin aceptar, estaba presente cada día...

No puedes elegir de quién te enamorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora