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cuatro eran los antidepresivos que el médico le había recetado a Mara y fue una suerte para Ramona que haya querido ir a su cita después de lo ocurrido, pues Mara se rehusaba a salir.

– No puedes tomarte todos de un jalón – le advirtió Ramona mientras le ponía dos en la mesa de centro – Citlalopam y Dosulepin. 

Mara posaba sus grandes ojos verdes en los pequeños frascos de cristal con píldoras de colores, esas últimas semanas se sentía cansada, incompetente y sobe todo triste. Trato de sonreír un poco.

– Bien.

Cuando Ramona salió del departamento, Mara tomó la bolsa con los medicamentos y corrió al cuarto, se quitó los pantalones, se quedó solamente en sus calzoncillos negros y su camiseta blanca ya desgastada. Leyó cada una de las instrucciones, saco de su bolsa una caja de Malboro Red. Los antidepresivos no sirvieron de nada, así como tampoco los cigarros; odiaba el cigarro. El teléfono sonó por lo menos unas 50 o 60 veces al día y Mara ya sabía de quienes se trataba, ya sabía quién tocaba la puerta al menos tres veces por semana, el sonido de su voz le quebraba la cabeza, no quería verlo.

– ¿Hoy si vas a comer? – Ramona se sentó en la orilla de la cama con un plato y un sándwich de jamón, miró de reojo el montón de platos y basura que tenía Mara alrededor de su habitación, apenas y tocaba la comida y notablemente bajó de peso. Lentamente las sabanas se movieron y con la melena totalmente despeinada, Mara le sonrió y tomó el plato.

– No abuses de los antidepresivos.

– ¿De qué hablas? – arrugó la nariz como si no supiera de que hablaba.

– Te la pasas drogada la mayoría del tiempo – Mara alzo los hombros y mordió un poco el sándwich – Hoy no ha venido.

– Ah.

– Ya se – Ramona se levantó rápidamente – Acompáñame a comprar la despensa, te hace falta tomar aire. 

-– Ramona, en verdad no tengo ganas.

Pero lo pensó dos veces, ya no tenía cigarros y tendría que comprar su buena dotación para terminar de matarse así misma



– Necesitamos carne.

James corrió hacia el área de carnes con el carrito mientras Erik y Lily se quedaban detrás. Erik llevaba las manos en sus bolsillos y su mente en otro lado. 

– ¿No hay cambios?

– Ninguno, me estoy resignando.

– Oye no – Lily se puso enfrente de él con las manos en su cintura y comenzó a empujarlo hacia atrás – No puedes abandonar la misión.

– Lilian ¿Qué haces? – ambos rieron hasta que Erik sintió chocar con alguien.

– Lo siento tanto.

Mara vio cómo su cereal caía al piso, apretó la mandíbula de frustración y en un susurro insulto al sujeto que la empujó, después de alzar la mirada penetrante sintió el corazón en sus manos. 

Pensó que de tantos deseos por de verla ya la estaba alucinando, pero no era nada de eso, ella estaba ahí, sus rasgos tan finos y un poco más delgada, con el color verde de sus ojos deslavado, Mara parpadeó varias veces y se dio la vuelta, pero antes de que la alejara Erik la tomó del brazo y la hizo volver. Mara posó su mirada en él y luego vio a la chica rubia a su lado sujetándolo del brazo, sintió una pequeña punzada de dolor en su corazón, cerró sus ojos al instante. Lilian soltó una risita nerviosa y tomó la mano de Erik. 

Mara #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora