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Erik le prestó a Mara unos pantalones de pijama y metió sus demás cosas en una bolsa de plástico. Los dos iban en silencio en la camioneta escuchando una vieja canción de los Rolling stones, cuando por fin llegaron al edificio de Mara. El corazón le dio un vuelco. 

Otra despedida, otra maldita despedida y esta vez para siempre. Mara no pretendía que Erik le abriera la puerta, lentamente bajó y caminó hasta las escaleras del edificio pérdida en sus pensamientos. 

– Odio las suposiciones, pero supongo que esto es un adiós. 

Mara se volteó y miró a Erik unos pasos alejado, ambos se regalaron una sonrisa triste, dejó la bolsa de plástico en la puerta y corrió hacia él. Metió sus brazos por debajo de su abrigo sintiendo el calor, escondió su rostro en el cuello de él, aspirando su olor por última vez, deseando cinco minutos más con él. Erik pasó sus brazos por encima de su cuello y le besó la cabeza, aunque le doliera en lo más profundo, al menos se alegraba de tenerla por última vez entre sus brazos a que hubiera desaparecido de la nada.

– Recuerda lo que te dije –le susurró Erik. 

– Mucha suerte Erik –Mara estiró su mano y él la tomó divertido – Fue un placer burlarme de ti aquella noche.

Sonrió, triste, pero lo hizo. Mara metió la llave en la cerradura de la puerta, lo miró por última vez, seguía ahí, con las manos metidas en el abrigo, la nariz roja por el frió y el cabello cobrizo alborotado. Mara le hizo un gesto con la mano que él le regresó con un asentimiento de cabeza. Finalmente se refugió dentro, recargó la cabeza en la puerta mirando sus pies descalzos.

– Mara –era la voz de Ramona –. Tus maletas están listas.

Ramona tenía esa mirada de comprensión que le daba cada vez que sabía que se sentía mal, Mara subió corriendo y la abrazó al fin llorando.

–Creo que fue lo mejor –asintió Mara – Ahora apresúrate antes de que llegue el taxi.

Sus cosas estaban listas, pues Ramona prometió hacerla por ellas a cambio de que hablara con Erik; se puso unos jeans y unas botas dejándose el abrigo y la básica de Erik que aún tenía su esencia. Nathan la esperó en la entrada.

– ¿Estas lista? –le ayudó a llevar las maletas al taxi.

– Supongo.

Y así era como terminaría todo, Mara iría a Georgetown a ser una maestra de artes, comenzaría desde cero, conocería nuevas personas y probablemente se quedaría estancada allá. Dejaría su hogar, dejaría a sus amigos, su pasado, los restos de su padre descansaban aquí, y sobre todo probablemente el único chico que había amado de verdad y estaba dispuesto a todo por ella. No siempre se tienen finales felices.

                                                                                    * * *

Erik se derrumbó en el sofa.  Cinco minutos después James salió de la habitación con una sonrisa ganadora. 

– ¿Dónde está Mara?

– Se fue –tragó saliva – Para siempre. 

– Si, bueno –James se sentó en el otro sofá y subió los pies a la mesilla de centro – Eso pensamos la última vez y apareció.

– Se fue a Georgetown –parecía confundido – Le ofrecieron un empleo de maestra, su vida ahora está allá. 

– ¿Y por qué no la detuviste?

– Sabes que lo intenté, pero ella tiene su plan de vida, todos aspiramos a mejores cosas y ella tiene la oportunidad de hacer lo que quiere. Si la retenía aquí probablemente no encontraría ese trabajo e iba a sentirse miserable todo el tiempo, tal vez al fin pueda ser feliz allá.

– ¿Y con eso cómo te sientes?

– De la mierda –entrecerró los ojos.

– Puedo presentarte a una de mis amigas, si eso ayuda.

– No, gracias.

Erik se dirigió a la soledad de su habitación, se acostó en la cama, metió las manos por debajo de la almohada para abrazarla, pero sintió un pedazo de papel, se encontró un sobre, sacó la hoja de papel totalmente doblada y leyó lo que tenía escrito. 

Salí a la calle radiante y por primera vez me reconocí a mí mismo en el horizonte remoto de mi primer siglo. Mi casa, callada y en orden a las seis y cuarto, empezaba a gozar los colores de una aurora feliz. Damiana cantaba a toda voz en la cocina, y el gato redivivo enroscó la cola en mis tobillos y siguió caminando conmigo hasta mi mesa de escribir. Estaba ordenando mis papeles marchitos, el tintero, la pluma de ganso, cuando el sol estalló entre los almendros del parque y el buque fluvial del correo, retrasado una semana por la sequía, entró bramando en el canal del puerto. Era por fin la vida real, con mi corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor en la agonía feliz de cualquier día después de mis cien años. – Gabriel García Márquez

Con amor Mara Gabrielle Mosen.

– ¿Gabrielle?

Así que el segundo nombre de Mara era Gabrielle, dentro encontró un trozo de papel que resultó ser una vieja fotografía a color, pero por alguna extraña razón  los colores eran sepia. El corazón se le encogió al ver una pequeña Mara, usaba un vestido azul con flores pálidas, unos zapatitos color rosa y dos coletas con listones,  la escenografía era nada más que una feria y ella mostraba una sonrisa con dos dientes faltantes.

El día más feliz hasta ahora.

Y mi lugar favorito del mundo.

Con mi persona favorita.

Mi pequeña Mara.

La pequeña descripción; Erik supuso que fue escrita por el padre de Mara, aunque no sabía exactamente la razón por la que le había dejado esa foto, si era un recuerdo de su padre, hubiera querido conservarlo, así como conservaba todo lo que le recordaba a él. De alguna forma se sintió mejor porque ella le había regalado algo que significaba bastante y lo hacía sentir especial. 

Mara #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora