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Un rápido movimiento y ya estaba en sus brazos, Mara inhaló aquel olor que la embriaga, la noche no terminaría así, pues juró que si algún día volvía a estar en sus brazos no escaparía jamás. Su visita consistió en una simple despedida y ya se sentía en la boca del lobo. 

– Erik, no puedo –le susurró mirando al piso – Solo venía a despedirme

– ¿De qué hablas? –entrecerró los ojos.

El frió comenzó a colarse por todo su cuerpo, Mara se recargó en la pared cubierta de musgo, le costaba tanto decírselo, quería mantenerse serena. 

–Conseguí un trabajo en Georgetown –finalmente lo miró a los ojos, pero Erik no la miraba a ella, si no a lo lejos – Y tendré que irme pasado mañana.

Ya había pasado por esto, y cada vez sentía que le dolía más cuando ella se despedía o tan siquiera el recuerdo de no tenerla cerca, sabía que no la podría hacer cambiar de opinión, intentarlo era mejor que dejarlo pasar. Mara ya se encontraba en los brazos de Erik, cerró los ojos evitando verlo.

– Repito, ven a casa conmigo.

–Erik no entiendes.

–Si entiendo, pero quiero pasar al menos esta noche contigo.

Mara se mordió el labio, anhelaba estar entre sus brazos, solo acostada, marcando su presencia. Sabía que se arrepentiría, en la mañana todo sería peor y doloroso, tomo decidida la mano de Erik y caminó hasta el auto. El camino resultó largo y mientras Mara iba envuelta en la chaqueta de Erik, él no quitaba la vista del camino, ninguno de los dos se molestó en decir algo, estaban muy ocupados tratando de no lanzarse en los brazos del otro. Mara fue la primera en entrar, rápidamente se dirigió al cuarto de Erik. 

Una vez dentro Mara sonrió al ver su cuarto; esa pequeña cápsula que contenía su esencia.  Se quitó el vestido sin pensarlo mucho, Erik la miraba perplejo ¿Así sería todo? Directo al grano, pero se equivocaba, Mara se dejó caer en la cama y se metió entre las cobijas dándole la espalda. Erik no sabía que debía de hacer, pues realmente no pensaba acostarse con ella, solo quería retenerla, hacerla cambiar de opinión, tenerla entre sus brazos si eso significaba su última vez. Mara se limpió con el pulgar las lágrimas que amenazaban con salir, se reincorporó en la cama y le sonrío a Erik, estaba ahí parada mirándola con cara de niño asustado.

En cuestión de segundos ya se había cambiado la ropa, se acurrucó entre las sábanas y la abrazó por la cintura hundiendo la cabeza en el hueco de su cuello, Mara  comenzó a besarlo como si fuera la última vez, porque probablemente lo sería.

– Mara –susurró él.

–¿Qué?

–Si esta es la última vez que nos veremos, y tienes éxito en Georgetown, decides casarte, juntarte o formar una familia con alguien –tragó saliva nerviosa – No dejes que te trate como una esposa trofeo

Mara lo miró confundida. Erik tenía los ojos cerrados.

–¿A qué te refieres con esposa trofeo?

– Ya sabes –seguía sin abrir los ojos – Esposa de un empresario, que te llene de hijos y solo te tenga en casa para aparentar una vida perfecta, que jamás te llene de alegrías y sorpresas, ni te trate como lo mejor del mundo.

– ¿Qué te hace pensar que yo aceptaría eso? –arrugó la nariz.

– No lo sé, la gente suele cambiar –abrió los ojos y la vio tan preciosa, naturalmente – Y tú eres tan especial, y mereces lo mejor..

– Tu igual –sonrío triste.

Quería decirle más, pero sé rompería a llorar, porque a pesar de todo, no se podría imaginar formando una familia con alguien, se imaginaba pasar más tiempo con Erik, pero jamás sentando cabeza. La mañana siguiente un fuerte olor a waffles despertó a Mara, Erik aun dormía a su lado.

Mara #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora